Actitudes triunfadoras (Parte 3)

Tanto se habla de tener éxito en la vida, de triunfar, de llegar lejos. Pero en el Reino de Dios las cosas son un tanto al revés. Sus hijos nos parecemos al salmón, el cual nada contra la corriente. Fíjate cuántas veces Jesús, mientras hablaba con sus discípulos o con los oyentes de los lugares por donde pasaba, hacía referencias al Reino de Dios y cuando lo comparaba a lo conocido era algo completamente diferente.  

Sí, Dios tiene para ti y para mí una vida plena y abundante, pero eso no necesariamente se traduce en éxito tal y como el mundo lo interpreta. Y por eso hoy quiero que meditemos en una actitud que le dio el triunfo rotundo a José. 

Esta es una actitud muy profunda porque implica una decisión del corazón, de ese lugar íntimo que solo Dios puede ver, de ese rincón donde guardamos y determinamos lo más importante de nuestra vida. Te hablo del perdón y la restauración. 

Si conoces la historia sabes que José llegó a ocupar un lugar tan alto en Egipto que si fuéramos a ponerlo en términos actuales sería algo así como el primer ministro. Después del faraón no había nadie con más poder ni autoridad que José. Pero llegó un momento de crisis para la región y las demás naciones tenían que acudir a Egipto en busca de alimento. Su familia no fue la excepción. Y bueno, no podemos abarcarlo todo aquí, pero puedes leerlo para que conozcas los detalles. 

El punto es que se me ocurre imaginar que José tal vez pensó que nunca más vería a su familia. ¡Cuál no fue su sorpresa cuando vio en su salón de comercio aquellos rostros tan conocidos y queridos! ¿O tal vez ya no eran queridos? 

El relato bíblico nos dice que José lloró. Ponte en su lugar. Los sentimientos encontrados. El impacto de verlos luego de tantos años. Los recuerdos, buenos y malos. ¿Qué hacer? José tenía ante sí una disyuntiva, una decisión. Le tocaba, una vez más, escoger su actitud. Podía darles su merecido, enviarlos a la cárcel, dejar que murieran de hambre. Hacerles probar el sabor de la copa que él había bebido gracias a la acción de ellos. O podía escoger perdonar y restaurar. 

Y, gloria a Dios, esa fue su decisión. José escogió el perdón. El perdón es el primer puente para sanar las relaciones. 

Perdonar es una actitud valiente y liberadora. Valiente porque no siempre es fácil dar el primer paso y reconocer nuestro error, si es el caso. También es valiente porque cuando otorgamos perdón reconocemos que no somos Dios y que por tanto no tenemos derecho a negarlo. Nos recuerda nuestra condición humana, pecadora y tan necesitada de perdón. 

Es una actitud liberadora porque nos libera de la cárcel del rencor y la amargura. Las personas que viven con una actitud perdonadora son mucho más felices. Un estudio realizado en una universidad norteamericana concluyó que las personas que perdonan tienen menos ansiedad, menos depresión y menos vulnerabilidad a caer en abuso de sustancias. El perdón hace que podamos volver a vivir en libertad. ¡Para eso vino Cristo! 

Y con el perdón vino la restauración. José decidió restablecer la relación con su familia. Dio un paso más.

“Pero José les respondió: 'No me tengan miedo. ¿Acaso soy Dios para castigarlos? Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas. No, no tengan miedo. Yo seguiré cuidando de ustedes y de sus hijos'. Así que hablándoles con ternura y bondad, los reconfortó”, Génesis 50:19-21.

Ahí están las dos decisiones: perdón y restauración. 

Dice la Biblia que José murió siendo un hombre feliz, de una larga vida (¡110 años!) y alcanzó a ver tres generaciones de su familia. Son los beneficios del perdón y la restauración. José vivió libre de amargura, fue feliz. No sé qué piensas tú, pero para mí eso es triunfar. Vivir la vida plena. 

José fue un hombre que vivió dentro del propósito de Dios, y cumpliendo el propósito de Dios para su vida. Él sabía que el favor de Dios estaba sobre él, pero además escogió actitudes que estuvieran alineadas con el corazón de Dios: 

  • Una actitud esforzada.
  • Una actitud animosa, libre de quejas
  • Una actitud servicial.
  • Una actitud comprometida, y comprometida con la excelencia.
  • Una actitud de perdón y restauración. 

En Su Palabra Dios nos ha dejado también un legado para que tú y yo, sus hijas y herederas en Cristo, aprendamos a vivir la vida como Él la diseñó. Recuerda, no podemos controlar lo que sucede, pero sí cómo reaccionamos. Dios nos dio la capacidad de escoger. Si quieres vivir en el triunfo de Su diseño, escoge actitudes como las de José. No siempre será fácil, pero para eso tenemos en nosotros al Espíritu Santo -quien nos guía a toda verdad- y también hemos recibido la mente de Cristo. 

¡Adelante, mi querida lectora, escoge triunfar, a la manera de Dios!

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