Ana

“Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”, Lucas 2:36-38

Me encanta cómo la Escritura describe a Ana en grandes rasgos: era una mujer anciana, viuda, que servía en el templo con ayunos y oraciones. Era esta una mujer que, probablemente, no había tenido una vida fácil al quedarse viuda, pero que, lejos de dejarse vencer por el abatimiento o las dificultades, había dedicado su vida al Señor.

Su nombre es el mismo que el de la madre de Samuel (1 Samuel 1:2) y significa “gracia o graciosa”, y así como su nombre era ella: una mujer de gracia que anhelaba la promesa del Mesías que vendría a redimir al pueblo de Israel y que no se cansaba de difundir ese mensaje a los que esperaban al Salvador.

De esta mujer se dice también que era profetisa, es decir, tenía el don de revelar eventos futuros y de interpretar las palabras de Dios, don que aún estaba vigente antes de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2) y que ella pone en práctica al hablar del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:38).

También se nos dice que pertenecía a la tribu de Aser. En ese tiempo algunas familias todavía preservaban su genealogía, trazando su ascendencia a una de las tribus de Israel. Aser era el octavo hijo de Jacob y su madre era Zilpa, la esclava de Lea que ésta dio a Jacob para que engendrara un hijo en esa guerra que tenía con su hermana Raquel para dotar de hijos al patriarca (Génesis 30:12). Este nombre Aser significa “dicha, gozo, alegría” (Génesis 30:13).

Calculando la edad de Ana por los datos que extraemos del texto bíblico ¡realmente era una mujer muy anciana! Dice que había vivido con su marido durante 7 años antes de quedar viuda y que su viudedad se extendía por 84 años. La edad en la que las mujeres judías de la época se casaban estaba en torno a los 12 años, de forma que, sumando todo, nos da una edad aproximada de 103 años.

De Ana se destaca su servicio. Su dedicación. Su oración. Su entrega a Dios.

Dice el texto que no se apartaba del templo ni de noche ni de día...

Mirad,  bendecid a Jehová, vosotros todos los siervos de Jehová, los que en la casa de Jehová estáis por las noches. Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová”, Salmo 134:1-2

Además de orar, es más que probable que Ana realizara pequeñas tareas en el atrio exterior del templo y en el de las mujeres. Era normal que los ciudadanos piadosos hicieran pequeñas tareas en el templo como prender y apagar las lámparas o barrer.

Esta mujer, que había estado esperando al Mesías con ansias y rogando por su venida, supo quién era en cuanto vio a Simeón con el niño en brazos (Lucas 2:28-35). Y, como otra muestra más de piedad, comenzó a dar gracias a Dios y a compartir la buena noticia entre las personas que esperaban con fervor la redención, la llegada del Salvador.

Nosotras no tenemos una vida que nos permita, como la de Ana, dedicar nuestra vida a Dios de esa manera. Algunas estamos casadas, otras tenemos hijos o trabajo fuera de casa. Tenemos responsabilidades y obligaciones. Pero a veces tomamos todo eso como excusa para no darle a Dios el tiempo que merece.

Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”, Salmo 55:17

De día y de noche. Tarde, mañana y a mediodía. Cualquier momento del día es bueno para orar, para servir, para adorar.

La pregunta es, ¿le estás dando a Dios el tiempo necesario o el que te sobra? ¿Es tu relación con Dios la prioridad número uno en tu vida o es una más en tu lista de “cosas por hacer”? ¿Pasas días, semanas, meses sin orar, sin leer, sin meditar la Palabra, sin memorizar versículos, sin servir a Dios?

No dejes que tu corazón se enfríe. No dejes que tu día a día te robe el tiempo con Dios. No permitas que tu relación con Dios pase a ocupar un lugar secundario en tu vida. Tomemos ejemplo de Ana y vivamos una vida consagrada a Dios cultivando día a día nuestra relación con Él y siendo mujeres que se destacan por su vida de oración y de servicio a Él. 

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