Cambiando el mundo una vida a la vez

“Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús” – Juan 1:40

Solo hizo falta un hombre.

Su nombre no es bien conocido. No era un autor, un conferencista o alguien con una gran plataforma.

Lo que hizo tenía una pequeña audiencia cada domingo en la mañana en su iglesia local donde enseñaba a un grupo de hombres jóvenes en la escuela dominical.

Su nombre era Edward Kimball.

Edward era un hombre de hablar suave, tímido, que se ponía nervioso hablándoles a otros sobre Jesús. Cuando piensas en un evangelista dinámico y valiente, Edward era lo contrario. Aun así, a pesar de lo que el mundo dice que le faltaba, lo que Edward poseía Dios lo usó para cambiar miles, quizás millones de vidas.

Él tenía el deseo de hablar a otros sobre Jesús.

Un día en concreto, en una concurrida calle de Boston, Edward caminó a la zapatería en la que uno de los muchachos de su clase de escuela dominical trabajaba reparando zapatos. Este chico en particular era rudo, sin educación y no sabía nada sobre la Biblia. Sin embargo, a pesar de todo eso, Dios había puesto en el corazón de Edward el deseo de compartir el evangelio con él. Y eso hizo.

“No recuerdo lo que dije, algo sobre Cristo y Su amor, eso fue todo” – Edward Kimball

Pero eso era todo lo que hacía falta: el plan de salvación explicado en términos sencillos.

Ese día, en la trastienda de una zapatería en Boston, Massachusetts, D.L. Moody dio su corazón a Cristo y el resto es historia.

D.L. Moody se convirtió en un evangelista increíble en los Estados Unidos e Inglaterra durante la segunda mitad del siglo 19. Fundó el Instituto Bíblico Moody, una maravillosa contribución para un hombre que no tuvo educación formal y no podía leer la Biblia. A través del Instituto Bíblico Moody miles de misioneros, pastores y trabajadores cristianos han sido entrenados y enviados al mundo para hacer un impacto para Cristo.

Y todo esto por un hombre que tuvo el deseo de hablar a otros sobre Jesús.

Edward Kimball se parecía mucho a Andrés.

Justo después de que Andrés encontrara a Jesús, fue a buscar a su hermano Simón (Pedro) y lo llevó ante Jesús. El deseo de hablarles a otros de Cristo había nacido en el corazón de Andrés.

“Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús.” – Juan1:41-42

Andrés ofreció una sencilla invitación.

¿Cuántas veces complicamos el proceso al añadir presión innecesaria cuando todo lo que realmente necesitamos hacer es llevar a otros a Cristo? En lugar de confiar en que el Espíritu Santo va a obrar en sus corazones mientras les hablamos de Jesús, cometemos el error de pensar que debemos tener las respuestas correctas o usar palabras persuasivas para hablar a otros sobre Jesús.

Pero no vemos eso en la vida de Andrés. Andrés modeló para nosotras el poder de vivir una vida transformada para Cristo y de invitar a otros en el proceso.

“Pedro predicó en Pentecostés y tres mil personas se añadieron a la iglesia. Nada en la Escritura indica que Andrés predicara alguna vez a la multitud. Pero recuerda que él fue quien llevó a Pedro a Cristo. En la providencia soberana de Dios, el acto de fe de Andrés de llevar a su hermano a Jesús fue el acto que llevó a la conversión al hombre que predicaría aquel sermón en Pentecostés. Todo el fruto del ministerio de Pedro es también el fruto del testimonio de Andrés” – John MacArthur

A causa de que un hombre llevara a su hermano a Jesús, miles de vidas fueron cambiadas para la eternidad.

Nunca desestimes el poder de invitar a otros a venir a Cristo.

Ayúdame a orar por más discípulos como Andrés en nuestra generación. 

Por Angela Perritt

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