Caminas como tu Padre

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía…” – 2 Timoteo 1:7

“Hablas con tus manos, igual que tú mamá”. “Te ríes como tu abuela”. “Caminas como tu padre”.

¿Has escuchado comentarios de ese tipo? Todas poseemos algunos rasgos que han pasado de nuestros familiares, o simplemente los hemos adquirido por una constante imitación. Esos rasgos nos sirven como recordatorio, incluso en aquellos momentos, en los que nuestros actos parecen simples; es un recordatorio de que nuestras acciones diarias son una inversión en las generaciones venideras. Pablo explica esto en el primer capítulo de su segunda carta a Timoteo.

A Timoteo, mi hijo amado (v2)

Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores (v3) 

La fe no fingida que habitó en tu abuela Loida y en tu madre Eunice y estoy seguro que en ti también. (v5)

Pablo ve a Timoteo como su hijo espiritual, y el tono de su carta es instructivo al pasar toda la sabiduría dada por Dios y al animarle. Pablo reconoce que esa fe no proviene de él, y le recalca que viene de todos aquellos que le precedieron. Los elogios que hace Pablo comienzan con la madre y abuela de Timoteo. Y es por esto que quiero que sepas que como madre con hijos o, por decirlo así, una madre espiritual para muchos en tu comunidad, oro para que seas animada por las palabras de Pablo.

¿Puedes observar que él no resalta la habilidad de Timoteo para enviar una carta de agradecimiento o la manera como maneja el lavado de su ropa? Tampoco se refiere a la manera en la que divide sus alimentos, o si son orgánicos o no (porque algunas veces podemos estar enfocados en esos asuntos más de lo necesario). Pablo resalta la fe de Timoteo y elogia a las dos mujeres que modelaron esa fe. Como mujeres, nuestra mayor prioridad debería ser cimentar una confianza total en Dios para la próxima generación.

Retornando al punto principal, Pablo nos recuerda nuevamente: dar y recibir de una generación a la otra.

Si yo fuera Timoteo, al escuchar esto, levantaría mi mano y me opondría.

“Y sé que piensas que tengo mucha fe Pablo, pero batallo con el temor. Tú estás en  prisión. Mis días quizás están contados también. ¿Estás seguro de esto?”

Mira, de la misma manera en la que la fe y la alabanza fueron encomendadas de generación en generación, la naturaleza pecadora también estaba allí, en el árbol familiar. Todos tenemos quebrantamientos. Incluso nuestra mejor decisión está manchada con las marcas de nuestro pecado. Quizás me siento identificada con Timoteo porque tiendo a preocuparme y a ser temerosa. Te podría contar de las muchas veces cuando, en mi niñez, pensaba en cosas que no iban de acuerdo a mi edad o de mi nivel de entendimiento.

Si esta carta estuviera dirigida a mí, hubiese detenido a Pablo en “avives el fuego del don de Dios” (v6) y haber insistido en una ligera llama que fuera visible si alguien venía a buscarla. Claro que sí Pablo, consideraré el hecho de servir y usar mis talentos, detrás de escena, solo de manera que no atraiga mucha atención, quizás poca crítica. Pablo, si verdaderamente conocieras mi pasado y mis predisposiciones, quizás sabrías que solo una pequeña llama es todo lo que puedo manejar.

“Mientras estamos observando lo que las generaciones anteriores nos dejaron, deberías saber que recibí muchas dosis de preocupación también. Soy una persona temerosa, ansiosa y demasiado tímida para compartir el evangelio con atrevimiento.”

No sé si fue el caso de Timoteo, pero si así fue, seguramente Pablo silenció ese argumento. Y sé que es esa mi respuesta hoy, pero Pablo silencia mi argumento con estas seis simples y poderosas palabras.

Porque no nos ha dado Dios – seis palabras, seis simples palabras, que van en contraste con la apertura de esta carta.

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (v7).

Todos hemos heredado la mancha del pecado de nuestros antecesores. Es ese incómodo problema de la humanidad del que no podemos escapar. Pero Dios nos dio – primero Él nos dio a Jesús como sacrificio por lo que nuestra carne y nuestro pecado merecía, para que podamos experimentar redención. Pero Dios nos dio – el Espíritu Santo que vive en nosotras cada día con el poder para sobrepasar lo que nuestra carne heredó. Porque Dios nos dio un espíritu no de temor, sino de poder, amor y dominio propio. Las heridas que fueron heredadas de tu familia; el dolor que siempre has llevado; el pecado al cual eras más propenso; – nada de esto tiene la última palabra.

Lo que heredaste de la carne, ha sido restaurado por lo que Dios te ha dado por Su Espíritu.

Tenemos un Nuevo espíritu, y mi oración es que cuando la gente me vea caminar con poder, en amor, en dominio propio, ellos puedan decir: “Ella camina como su Padre.”

Desafío: Cada día de esta semana, aparta un tiempo intencional para plantar semillas de fe en la próxima generación.

Por Lindsay Smith

Loading controls...