“Más nuestra ciudadanía está en los cielos” – Filipenses 3:20
Crecí en Miami, donde la mitad de la población vive con el corazón en dos países. En los años 60’s mi mamá se montó en un avión con dos mudas de ropa en su maleta y salió del único hogar que había conocido para encontrar la libertad.
Mi mamá terminó la secundaria en los Estados Unidos, obtuvo un título universitario, compró una casa, paga sus impuestos y vota en cada elección. Habla inglés con un fuerte acento y se hizo ciudadana americana hace décadas. Le encanta comprar en Walmart y comemos pavo asado y batatas cada Acción de Gracias.
Somos americanos.
Pero si visitas a mi madre para comer, te dará una taza de café fuerte después de la comida. Cada diciembre celebramos Navidad el 24, Nochebuena, con cerdo asado, frijoles negros, arroz blanco y yuca.
Soy cubana.
Hace ocho años me casé con un americano y mi apellido es Dunbar en lugar de López. Si ves mi foto quizás no tengas idea de mi ascendencia. Pero, debo confesar, sueño en dos idiomas.
Mis padres están increíblemente agradecidos de vivir en los Estados Unidos, pero siempre vivirán con el anhelo de su hogar.
Y tú, querida amiga, también tienes doble nacionalidad. Tus pies pueden estar en tierra firme, pero tu hogar está en el cielo.
En esta carta a la iglesia de Filipos, Pablo desafía a los seguidores de Cristo a ser buenos administradores de su doble nacionalidad. Durante nuestro tiempo de exilio en la tierra debemos confesar que nuestros corazones anhelan el cielo. Nuestra conversación debería estar marcada por un acento cristiano. Y aunque podamos adaptarnos a muchas de las costumbres de este mundo, nuestras luces deberían brillar por Jesús incluso aunque este mundo se haga cada vez más oscuro.
Quizá mis padres nunca regresen a su patria, pero puedo asegurarte que cada persona que pone su fe en Cristo para el perdón de sus pecados le verá cara a cara en el cielo un día. Pablo dice que debemos esperar el inminente regreso de Cristo. La imagen que se extrae del término griego original es la de estar de puntillas con el cuello estirado en anticipación.
Nuestro Rescatador va a regresar y poner cada detalle en orden. Podría ser hoy. ¿No sería maravilloso?
En un reflejo de Su gloria Jesús va a venir a la tierra a llevar a Sus hijos a casa. Dejaremos atrás el dolor y el cansancio. Diremos adiós a las discapacidades y las enfermedades. Nuestros cuerpos destrozados por el pecado serán transformados completamente en trofeos perfectos de Su gracia.
¿Estás anhelando ir a casa? Descansa en la promesa de que el Rey de reyes viene pronto. Mientras tanto, podemos compartir nuestro amor por Jesús e invitar a otros a venir a Él. Alguien en tu círculo de influencia necesita oír de tu patria celestial.
Por: Lyli Dunbar