Cómo relacionarnos con nuestros hijos

Como padres, siempre pensamos que la Biblia se inclina más a nuestro favor y que somos nosotros los únicos con el derecho a ser tratados con respeto. El Apóstol Pablo no deja duda de que las relaciones entre padres e hijos son avenidas de doble vía:

“Padres, no hagan enojar a sus hijos con la forma en que los tratan. Más bien, críenlos con la disciplina e instrucción que proviene del Señor” (Efesios 6: 4).

La expresión “no hacer enojar”, o “no ser ásperos con ellos”, o “no exasperar”, como dicen algunas versiones, no es sinónimo a dejarles hacer cuanto ellos quieran. Lo que se está queriendo decir en el versículo original es no “dejar que nuestros hijos se conviertan en seres que traten a los demás con hostilidad y enojo, sino por el contrario, que mediante la correcta aplicación de la disciplina y la instrucción cristiana adecuadas, sean personas de bien en las cuales haya sido cultivado el carácter de Cristo”.

Evitemos el favoritismo

La Biblia no tapa el sol con un dedo. Tenemos el ejemplo de Isaac teniendo como favorito a Esaú por encima de Jacob. Se repite la misma historia familiar cuando, años más tarde, es entonces Jacob quien también juega al “hijo favorito” con José.

Engaño, traición, envidia y hasta instintos asesinos son algunas de las emociones y actitudes desarrolladas por los hijos de estas familias. Y aunque Dios nunca acortó su brazo y bendiciones hacia Isaac y Jacob, y la historia de José es una de las más inspiradoras que modelan gracia y perdón, tenemos que admitir que muchos años de angustia y dolor hubieran podido ser evitados.

No juegues al favorito con tus hijos. Si le das una mesada para sus gastos, procura que sea la misma cantidad para todos, no hagas diferencia porque uno sea el mayor que el otro. Tampoco compares a tus hijos. No hagas burla de las debilidades de uno con el otro. Cada hijo es único e irrepetible. Disfruta las diferencias. Aplica el nivel de disciplina dentro de la misma medida para cada quien.

Respetemos sus derechos

No dejes que otros hermanos o nadie de la familia ensucie, rompa, o maltrate su propiedad privada. Que no te sorprenda, pero los hijos, en cierta medida, tienen su propiedad privada. Tienen sus propios libros, útiles escolares, ropa, zapatos, juguetes, cama (¡algunos son privilegiados de tener hasta su propia habitación!). Hazlos sentir que valen. Defiende y haz respetar la propiedad de cada quién.

Piensa… ¿te gustaría que alguien rompa uno de tus adornos favoritos? ¿Te agradaría que alguien use tu ropa sin tu permiso?

Esto no debe ser confundido con hacerles creer a nuestros hijos que como padres no tienen el derecho a confiscar sus artículos personales, como celulares, computadoras, o a entrar a sus habitaciones. Es aquí cuando debemos recordar la aplicación de la “disciplina e instrucción que viene del Señor”.

No hay padres, hijos, ni familia perfecta. Pero sí hay un Dios que espera que Su nombre sea glorificado en la forma en que vivimos como hijos, como padres y como familias. ¡Nunca es tarde para comenzar de nuevo!

¿Cómo está tu relación con tus hijos? ¿Qué dificultades o retos enfrentas?

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