Con la mirada en la meta

Alysia Montano, múltiple ganadora en carreras olímpicas, estuvo en la mira de muchos cuando un día compitió en las carreras nacionales en los Estados Unidos teniendo 34 semanas de embarazo. Al preguntarle cómo se sentía, respondió: “He estado corriendo durante todo mi embarazo, – por supuesto, con permiso de su médico – y realmente me he sentido muy bien durante todo este proceso. Aunque no tuve un lugar predominante en esta competencia, más que nada, corrí porque quise estar presente, y siento esa pasión y deseo por estar en la pista y correr”.

¡Qué determinación y seguridad! Ojalá muchas de nosotras pudiéramos decir lo mismo que dijo esta atleta cuando, corriendo en la carrera de nuestra vida, nos encontremos “preñadas” de problemas, crisis y llanto. Lo que nos agota en la carrera de la vida no es nuestra situación, sino el perder de vista nuestra pasión y el verdadero objetivo. Ponemos nuestra mirada en el esposo difícil, la falta de trabajo, los hijos desobedientes, el jefe que nos está haciendo la vida imposible, la falta de dinero y los problemas de salud.  Nos preocupa el tamaño de los obstáculos.

Jesús es el mejor ejemplo de persistencia, paciencia y enfoque que ha existido jamás. También el mejor ejemplo de sacrificio con tal de cumplir con una meta final. ¿Cómo venció Jesús durante esos 40 días en el desierto? Citando “lo que escrito está” como arma de defensa contra su tentador (Marcos 1:12-13,  Lucas 4:1-13). ¿Cómo fortalecía Jesús su espíritu? Lucas 5:16 nos narra:“Él, por su parte, solía retirarse a lugares solitarios para orar. Ni hablar de con quienes se juntaba. Sin duda alguna que escogió con mucho cuidado sus amigos.

Tal como lo indica el verso, Jesús sufrió con gozo sabiendo con certeza que al final de su carrera el éxito estaba garantizado. No somos tan diferentes. La mujer creyente SABE a ciencia cierta que luego del arduo entrenamiento, de las pruebas de resistencia, se nos tiene aguardada la corona de la vida y que tenemos derecho a tener lo que Él tiene… ¡Somos sus coherederas!

¿Por qué es tan difícil para nosotras entrar en un ejercicio disciplinado que nos ayude a correr con persistencia esta carrera? ¿Por qué nos cuesta tanto el tomar nuestra relación con Dios en serio?

Sencillo… porque es más fácil quejarnos que tomarnos un tiempo para trazar una estrategia de vida que nos haga más llevadero el trayecto. ¿Cómo lo arreglamos, entonces? ¡Siendo más como Jesús y menos como nosotras!

El discípulo no es superior a su maestro, ni el siervo superior a su amo. Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su amo”. Hermana, la victoria nos está asegurada. ¡Sigamos hacia adelante!

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