Corre la voz

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” – 2 Corintios 5:18-19

Para Hugo, un joven esposo, fue difícil confesar su pecado delante de su esposa a quien por cierto amaba profundamente, pero la distancia y la atadura que produce la práctica del pecado los había distanciado al punto de mentir y ocultar sus acciones. Fue acorralado por el Señor para abrir su boca, tenía miedo pensando en que se quebrantaría la confianza con su esposa. Le costó mucho abrir su corazón pero finalmente cedió.

Llorando amargamente habló acerca del pecado que había ocultado, porque la pornografía se hace en secreto. Su confesión significó su libertad y perdón; para ella fue dolor en un principio. Desmoronada luego de algunos días, tuvo que enfrentar la contención de su esposo y vivir la verdad de esa dura confesión. Ambos fueron expuestos al perdón: por un lado él recibiendo el perdón de Dios por medio de un arrepentimiento genuino y por otro lado, después de un proceso doloroso, ella otorgando ese perdón basado en la gracia de Dios, esa gracia que ella también ha recibido, trayendo la libertad de restaurar un matrimonio y seguir avanzando y amando.

Durante estas semanas quizás has sido testigo de historias como la de Hugo y su esposa, o como la tuya personal estando en ambos lugares del perdón. Sea cual sea la posición, lo más importante de estas historias reales y concretas es que Dios nos perdona, nos libera, nos da la oportunidad de hacer las cosas bien, de ser restaurados y de continuar perdonando hasta setenta veces siete. Porque el perdón no tiene límites, no lo tiene para Dios; Su gracia está allí y es extendida a todo aquel que viene, confiesa y se arrepiente de sus pecados.

Lo que Jesús hizo en la cruz nunca podrá ser pagado, estamos en deuda. Sin embargo, lo mejor que podemos hacer para que otras jóvenes que están prisioneras de sus propias vidas vengan a la libertad que es en Cristo Jesús, es que oigan el mensaje de la reconciliación. Porque el anhelo de Dios es restaurar esa relación que un día se perdió en el Edén, pero que es restituida en la cruz por medio de Su Hijo Jesucristo y que aún para aquellas como tú o como yo que estando en Su camino sigue dándonos ese perdón. Porque tú Eres perdonada en cualquier circunstancia, no hay pecado más grande que otro o muy grande que Jesús no pueda perdonar, Él asegura su perdón porque te ama, nos ama con un amor incondicional.

Entonces ¡corre la voz! Pasa el mensaje. Sí, dile a otras lo que Jesús ha hecho contigo, así como lo hizo la mujer samaritana. Diles ¡que son perdonadas! Y permite tú ser un puente de reconciliación, ese encargo que Dios nos ha hecho a nosotras. Cumplamos su palabra de “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:18-19), de anunciar y ser atalayas de la paz que produce el perdón de nuestros pecados y las buenas nuevas de salvación, que venció al pecado, la muerte y a Satanás (Isaías 52:7); de anunciar su Salvación mediante la confesión de nuestros pecados (Romanos 10:10) y de tener la compasión de Jesús (Mateo 9:37-38), esa que nos impulsa a no cerrar nuestra boca, de ser una obrera en su mies y pasar el mensaje… Eres Perdonada. Amén. ¡Gloria a Dios!

Por Elba Castañeda

 

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