Crecimiento y Perseverancia (Parte 1)

Al leer la parábola del sembrador, la primera cosa que se hace evidente es que hay 4 diferentes tipos de tierra y solamente en una hay una conversión verdadera. Dentro de ellas hay dos que son fáciles de identificar:

La primera se encuentra en el versículo 4 donde “la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron.” Más tarde, en el versículo 19, el Señor explica que ésta representa “A todo el que oye la palabra del reino y no la entiende, el maligno viene y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”. Todas aquellas personas que rechazan la palabra y nunca han demostrado interés en El Señor, caen en esta categoría.

La otra tierra que también es fácil de entender se encuentra en el versículo 8: “cayó en tierra buena y dio fruto, algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta.”  El Señor luego explica en el versículo 23 que éstos son los creyentes verdaderos.

Las otras dos tierras están hablando sobre personas que parecen ser creyentes cuando realmente no lo son. Estas dos se encuentran en los versículos 5-7: “Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron.”  La explicación de estas dos está en los vs. 20-22: “la semilla en pedregales, éste es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo; pero no tiene raíz profunda en sí mismo, sino que sólo es temporal, y cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, enseguida tropieza y cae. Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, éste es el que oye la palabra, mas las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto”.

Estas dos tierras son más difíciles de reconocer porque parecen ser creyentes, pareciera que su conversión era real, porque tienen un gozo y también pareciera tener crecimiento; sin embargo, cuando sus deseos están en contradicción a lo que La Palabra enseña, ellos siguen a sus deseos y justifican sus acciones. Ellos pueden trabajar en la iglesia por años y hasta ser líderes porque conocen la Palabra y la repiten correctamente, sin embargo su obrar no fue hecho en El Espíritu Santo, sino en sus propias fuerzas. En la segunda de estas dos, su amor por el mundo es mayor que su amor por el Señor y entonces su deseo por las posesiones o la fama los impulsan a seguir obrando como el mundo y desafortunadamente ellos pueden hasta usar el evangelio para su beneficio.

Estas dos categorías parecen ser cristianos (1 Juan 2:19) cuando en realidad son conocedores de la Palabra; sin embargo no son hacedores de la misma (Santiago 1:22). La razón por la estas dos categorías son tan difíciles de identificar es porque hay algunos creyentes inmaduros que pueden comportarse así, y después de la caída eventualmente regresan al redil demostrando que son cristianos, mientras aquellos que no regresan demuestran que no lo son. La única forma de identificar quienes son verdaderas es a través de su respuesta a la confrontación. Si la respuesta es como David cuando fue confrontado por Natán (2 Samuel 12), hay evidencia de la morada del Espíritu Santo con el arrepentimiento. Sin embargo si la respuesta es como Saúl, en 1 Samuel 15, seguir como que nada había ocurrido, es evidencia de la ausencia del Espíritu Santo.

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