Cuando amar es difícil

Amar pudiera parecer fácil, siempre y cuando la persona a quien amemos sea de nuestro agrado, nos trate bien, se preocupe por nosotros, nos brinde su apoyo. Dicho con menos palabras, cuando corresponda a nuestro amor. El reto viene cuando se trata de amar a alguien que nos resulta difícil, porque es todo lo opuesto a lo anterior.

Creo que de las cosas que el Señor demanda de nosotros, la más difícil es amar a los demás. ¡Piénsalo! En la vida tenemos muchas personas fáciles de amar, pero igual tenemos una buena cantidad de aquellas que, si nos dieran la opción, preferiríamos evitar. Seamos honestas. Sin embargo, Dios nunca pedirá de nosotros nada que no podamos hacer, y amar no es la excepción. Claro, no sin que nos cueste.

Entonces, ¿cómo amar cuando es difícil? Este espacio no me permite escribir todas las maneras, pero hoy voy a compartir contigo una que encontré en la carta de Pablo a los Colosenses y que, tal vez, hemos pasado por alto.

Estos creyentes de Colosas amaban de una manera tan evidente que Epafras se lo contó a Pablo (Colosenses 1: 7). ¿Qué había de diferente en ellos? ¿Qué hicieron para lograrlo? La respuesta no está ni en lo primero ni en lo segundo. Eran personas comunes y corrientes, como nosotros. ¿Y entonces?

Leamos Colosenses 1:8.

“Nos contó del amor por los demás que el Espíritu Santo les ha dado” (NTV)

El amor no fue obra suya. ¿Lo viste? Y si recordamos la lista de Gálatas 5, ¿cuál es el primer rasgo del fruto del Espíritu? Exacto, el amor.

Amar a otros en nuestra propia fuerza es muy difícil, pues incluso cuando la otra persona corresponde a nuestros afectos, las imperfecciones humanas harán que en algún momento batallemos con el deseo de mostrar amor. ¿Te ha pasado? Hay circunstancias que nos llevan a cuestionar si realmente nos aman, o si podemos amar. Los conflictos o decepciones provocan que se nos apague el deseo de amar.

Tú y yo no podemos amar como Dios nos pide a menos que Él mismo lo haga en nosotros. Nuestra naturaleza humana es demasiado egoísta para amar sin esperar nada a cambio. Por eso las relaciones se rompen y cuando preguntamos la respuesta es: “se acabó el amor”.  Se acabó porque el amor de verdad solo es posible cuando Dios, a través de su Espíritu, nos hace un trasplante de corazón.

¿Y cuál es la parte que nos toca a ti y a mí?

Lo primero es comenzar a orar por esas personas que nos cuesta amar. La realidad es que no tenemos opción. Jesús nos mandó a orar por los que nos maldicen y bendecirlos (Lucas 6:28). El cristiano no puede esconderse tras pretextos ni preferencias personales cuando de dar amor se trata. ¡Es un mandato! Así que, tenemos que rendirnos a la obra del Espíritu, entregar el orgullo o el dolor de la herida y orar por la persona. Fíjate, no es orar para que ella me ame, es orar para yo amarla a ella, para hacerlo a la manera de Dios.

No, no es fácil. Créeme que escribo esto y algunos nombres pasan por mi mente. No he amado a esas personas como debería. Tal vez a ti te esté pasando lo mismo. ¿Qué tal si hoy comenzamos de nuevo? ¿Qué tal si en la lista de oración, mental o escrita, incluimos esos nombres?

Vivir como Dios lo diseñó es desafiante, es difícil, es contracultural; pero es la única manera de experimentar su abundancia, esa por la que Jesús murió.

Por cierto, tal vez no veas los cambios que esperas o quisieras en la relación, pero un cambio de seguro ocurrirá. ¿Sabes dónde? En nuestro corazón.

Te animo a dar el paso.

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