Cuando de marchar {u otra cosa} se trata...

Obedecer a veces es difícil, ¿verdad? Lo experimentamos desde niños. La desobediencia viene en el ADN de nuestro ser sujeto al pecado. Cuestionamos la autoridad, cuestionamos las reglas, cuestionamos el orden. Pero todo es porque sencillamente no queremos obedecer. 

A veces no nos damos cuenta de que detrás de la obediencia está la bendición.  

¿Qué pensarías tú si Dios te dijera que comenzaras a dar vueltas alrededor de un edificio de tu ciudad para derrumbarlo? ¡Durante 6 días en silencio y al séptimo gritando! Probablemente pensarías que el plan de Dios es irracional y que hay muchas maneras mejores de conseguir derrumbar el edificio, ¿cierto? 

Pero no pasó así con Josué, él conocía bien a Dios y sabía que no se equivoca. Si hay que marchar en silencio y después gritar, él obedecería, porque sabía que tras la obediencia vendría la bendición. 

¿Qué te está mandando a hacer Dios hoy que no quieres hacer? ¿Dónde te está costando obedecer? ¿Te has puesto a pensar que tu desobediencia pudiera retardar la bendición de Dios, la respuesta a esa oración que durante tanto tiempo has hecho, la victoria que tanto has estado esperando? 

A veces nos toca “marchar alrededor de nuestro Jericó”. Es decir, hacer cosas que para nosotros pudieran no tener mucho sentido, pero que tienen todo el sentido del mundo para Dios. A veces Dios nos llama a un ministerio y no queremos porque no tiene sentido dejar el trabajo o el buen salario.

O nos pide que enseñemos en una clase de la iglesia, pero no queremos porque en nuestra mente no tiene sentido dejar la comodidad de ser espectador para convertirnos en “actores” del gran programa de Dios. ¿Hablar con el vecino de al lado sobre mi fe? ¿Por qué Dios me pide hacer algo que me resulta tan incómodo? 

Por años batallé con el hecho de que Jesús fuera Señor de mi vida. Creía que podía creer en él como Salvador pero dejar fuera la parte de Señor, porque eso implicaba ser obediente en varias cosas que no quería cambiar y mucho menos entregarle a Dios. Es imposible. Con Dios es todo o nada. Si él es Salvador tiene que ser Señor. Él sabe que me voy a equivocar, que a veces tendrá que empezar de nuevo conmigo, pero igual espera mi obediencia. Y la obediencia tiene promesa de bendición. 

Este mismo Josué, de quien hablamos al principio, recibió esta promesa de Dios: “Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito”.   

Paso 1: obediencia… Cumple con todo lo que Dios establece en su Palabra, obedece. Paso 2: bendición… Prosperarás y tendrás éxito. ¿Seré millonaria? No sé, pero en la matemática de Dios “éxito” no es igual a dinero ni riquezas materiales; es una vida vivida para darle gloria a Dios, usada por Él. Eso produce un sentido de éxito y prosperidad a lo que nada se puede comparar. 

Entonces, ¿cuál es hoy tu Jericó? ¿Dónde tienes que empezar a obedecer? Dios estuvo siempre con Josué, tal y como se lo prometió, porque Josué decidió que “él y su casa serviría a Jehová”. Y la vida de Josué sin dudas fue de éxito y prosperidad. 

Señor, hazme ver cuál es hoy el Jericó donde tengo que marchar. Quiero ser una hija obediente porque solo así mi vida será una vida exitosa y próspera, como tú la diseñaste. Perdóname cuando creo que tengo el derecho de no obedecer. Hazme valiente para dar vueltas, en silencio o gritando, pero obedeciéndote y dándote la gloria. En el nombre de Jesús, amén. 

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