Cuando gente ordinaria muestra amor extraordinario

Pasaje: Lucas 7:36-50

Versículo Clave: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (v. 47).

Ella sabía que no era bienvenida, pero entró de todas maneras. Su cabello largo, que una vez habría sido trenzado con joyas llamativas, caía libremente sobre su cuerpo. Su rostro, una vez adornado con color y brillo, ahora limpio y resplandeciente.

Ella entró en la habitación con cautela mientras lo veía desde lejos. Nunca olvidaría Sus ojos, mucho menos Su voz. Esa voz que había penetrado su alma tan sólo hace unos días. Los ojos que la miraban como si cada uno pudiese ver las heridas del corazón del otro… las imperfecciones de su alma.

Ella había reunido monedas y había comprado un perfume muy costoso que valía muchos meses de salario. Entradas de dinero por prostitución. Producto de su pecado y vergüenza.

Los invitados dejaron de respirar al momento en el que ella se acercó al Rabino y se paró detrás de Él. Simón, el anfitrión, fariseo de fariseos, miró la escena con desprecio. “¡Cómo se atrevía!”

Jesús no se movió. Él sabía que ella vendría. Él la estaba esperando. Lágrimas corrían por sus mejillas y caían sobre sus pies. Lágrimas de vergüenza. Lágrimas de gozo. Lágrimas al entender que estaba en la presencia del Mesías.

Lágrimas de esperanza.

Ella se arrodilló y mientras las lágrimas lavaban Sus pies, los secaba con su cabello, besándolos continuamente mientras los ungía con el perfume.

Mientras sus lágrimas caían… Su amor desbordaba.

Su vergüenza se convirtió en el aroma más dulce, emanando su arrepentimiento y sacrificio.

Esperanza.

Él le dio esperanza. Algo que ella había perdido hace mucho tiempo.

Su amor por el Salvador le podría costar todo. Sus posesiones. Su seguridad. A ella no le importó. Ella sabía que el Amor la había encontrado y ya no sería más la misma.

Leo este pasaje y no puedo evitar el imaginarme el ambiente dentro de la habitación. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando me pongo en el lugar de esta mujer… una vida destruida y la esperanza de restauración. El conocimiento de que ella era amada -a pesar de- le dio tan duro que ella no pensó dónde estaba… o quién era.

Lo que ella sabía es que lo amaba. Y lo necesitaba. Más que cualquier cosa que ella hubiese necesitado anteriormente. 

Ella necesitaba decírselo… pero faltaban palabras. Así que ella le mostró la profundidad de su gratitud y amor.

Algunos creen que ella era María Magdalena, pero no sabemos su nombre con certeza. Ella podía ser yo, o usted, o cualquiera cuya vida ha sido restaurada por el amor del Salvador.

Lo cierto del caso es que esta mujer amaba a Jesús. Y ella lo amaba tan profundamente, tan extravagantemente, que se notaba. La expresión de su adoración fue traducida para que todo el mundo la viera… y leyera aún dos mil años más tarde.

Ella me hace pensar…

Jesús nos mostró amor extraordinario… cuando El sanó al enfermo… resucitó al muerto… cuando lavó los pies de los discípulos… cuando pudo haber llamado a diez mil ángeles pero no lo hizo…

Por el contrario, Él fue golpeado, escupido, crucificado…

TODO POR MÍ.

¿Acaso no debería Su amor extraordinario impulsarnos a darle amor extravagante?

Ciertamente, cuando gente ordinaria se posesiona del amor extraordinario de Dios, ellos no pueden evitar el derramar amor extravagante.

Ellos perdonan… Efesios 4:32

Ellos se arrepienten… 1 Juan 1:9

Ellos obedecen… Juan 14:15

Ellos sirven… Juan 13:13-17

Ellos oran… Colosenses 4:2

Ellos dan… Y dan… Y dan… Mateo 25:34-40

Amor extraordinario produce adoración extravagante y sobrepasa las paredes de la iglesia. Amor extravagante nos impulsa a darlo todo a Jesús…

¿Cuál es su vaso de alabastro, mi amigo?

¿Pecados del pasado? ¿Pecados del presente? ¿Falta de perdón? ¿Traumas? ¿Circunstancias imposibles?

Párese detrás del Salvador y derrámelo todo… lave Sus pies en adoración humilde con el perfume del sacrificio de su arrepentimiento, restauración… y amor extravagante.

Luego, ámele a Él con amor extravagante… mientras perdona a aquellos que le han hecho daño, mientras ama a los que son difíciles de amar, mientras sirve a aquellos que le necesitan.

Y mientras usted se convierte en Sus manos y pies para este mundo moribundo, en una expresión abandonada de amor extravagante y extraordinario, escuche la voz del Salvador que le suspira:

“Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 50).

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