Cuando la vida parece una telenovela, y no te gusta

«Ignorada por su padre. Atrapada en un matrimonio infeliz. Rechazada por su esposo. Con su hermana por rival. Malmirada en su comunidad. Afanada por recibir alguna muestra de amor. Invisible.»

Parece que estuviéramos leyendo la sinopsis de una novela de televisión, pero es una historia real que ocurrió hace cientos de años. Si lo lees de nuevo, en realidad cualquier mujer de este siglo pudiera identificarse con alguno de estos planteamientos, o tal vez con más de uno.

Aquella mujer se llamó Lea, y su historia se narra en el libro de Génesis, a partir del capítulo 29. La verdad es que siempre me da compasión cuando la leo. En su familia ella era “un plato de segunda mesa”.

¿Alguna vez te has sentido invisible? ¿Ignorada? ¿Tal vez atrapada en una situación que no está en tus manos cambiar? ¿Rechazada? Basta vivir algunos años y sucederá. A mí me ha pasado, y sé que duele. Podemos tal vez disfrazarlo con una sonrisa, o pretender que no sucede y que no hiere, pero en el fondo, la realidad es muy diferente.

Y sí, aunque Lea estaba pasando por todas esas cosas que leíste al principio, su historia nos enseña algo que muy bien pudiera cambiar nuestra perspectiva cuando estos sentimientos nos ataquen.

Quiero invitarte a leer cuidadosamente este fragmento del relato: 

“Cuando el Señor vio que Lea no era amada…” (v. 31).

Los demás no la veían, ella era “invisible”. Pero Dios la vio. Dios sí nos ve, Dios sí se da cuenta, sí entiende. Él vio a Lea, y te ve a ti, y también a mí.

Si lees la historia completa verás que, a pesar del matrimonio disfuncional, Dios le concedió a Lea varios hijos, algo que en su época representaba el máximo valor de una mujer, y que ella anhelaba desesperadamente con la esperanza de que eso le ganaría el amor de su esposo.

Sin embargo, no fue hasta el cuarto hijo que Lea entendió que su valor no estaba ni en su padre terrenal, ni en su hermana, ni en la opinión de sus vecinas, ni siquiera en el amor de su esposo.

“Una vez más Lea quedó embarazada y dio a luz otro hijo, a quien llamó Judá, porque dijo: ‘¡Ahora alabaré al Señor!’…” (Judá suena como un término hebreo que significa “alabanza”).

¡Por fin entendió que Dios la veía, y nada más importaba! Entender esa verdad puso una canción en su corazón.

Dios te ve, te ha visto desde antes de que nacieras. Y aunque por momentos el sentirte invisible o ignorada pueda arrugar tu corazón, quiero animarte a que, como Lea, entiendas que Dios siempre te ve.

Lo mismo sucedió con Agar. Hoy quiero terminar con estas palabras de Salmos:

 

Tú creaste mis entrañas;

 me formaste en el vientre de mi madre.

¡Te alabo porque soy una creación admirable!

¡Tus obras son maravillosas,

y esto lo sé muy bien!

Mis huesos no te fueron desconocidos

cuando en lo más recóndito era yo formado,

cuando en lo más profundo de la tierra

era yo entretejido.

Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:

todo estaba ya escrito en tu libro;

todos mis días se estaban diseñando,

aunque no existía uno solo de ellos.

(Salmo 139: 13-16)

 

¿Acaso hay algo más maravilloso? El Dios del universo diseñó tu vida, tus días y, sin lugar a duda, ¡Él te ve! Nos toca a nosotras abrazar esa verdad y desechar cualquier otra mentira

 

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