Cuida tu corazón del falso perdón (Parte 2)

“Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos”, Lucas 6:35 

En la primera parte vimos cómo la persona que se rehúsa a perdonar posiblemente no es creyente. Por eso es vital que cada una de nosotras evaluemos nuestra vida, porque si no tenemos la convicción del Espíritu Santo es porque no hay morada en nosotras o estamos apagando al Espíritu. En cualquiera de los dos casos, queremos arrepentirnos y entregar nuestra vida al Señor.

El Señor nos ha dicho en 1 Samuel 15:22 que “el obedecer es mejor que un sacrificio”, porque al obedecer, y aun más cuando es contra nuestra voluntad, es un sacrificio. Cuando perdonamos estamos presentándonos como sacrificio vivo y santo que es agradable a Dios (Romanos 12:1) y Él considera nuestras obras sacrificiales como “fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios” (Filipenses 4:18). 

Al Señor le agrada cuando perdonamos, porque dice la Escritura: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma” (Efesios 5:1-2). 

Cuando Cristo nos perdonó en la cruz, Dios padre aceptó su sacrifico como un aroma fragante. No solamente lo aceptó, sino que lo recibió como un perfume de mucho valor que permea el ambiente; y cuando nosotros perdonamos a otros, Dios Padre se agrada igual. Como la mujer pecadora que sin importar lo que la gente pensara de ella, se humilló y ungió los pies de Cristo. De la misma forma debe ser nuestra actitud con Él. Nuestras buenas obras deben permear el ambiente para recordar a aquellos a nuestro alrededor que servimos a un Dios vivo. 

Nuestro deber es andar en el Espíritu: “Digo, pues: Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis”(Gálatas 5:16-17). La falta de perdón es un deseo de la carne y Romanos 8:6-8 es bien claro cuando dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. 

La habilidad de perdonar bíblicamente viene del mismo Señor según Efesios 2:10, “no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.”  Cada circunstancia o situación que estamos viviendo fue puesto personalmente por Dios para enseñarnos lo que hay en nuestros corazones y nuestra disposición o no de obedecerle.  

Cuando vencemos nuestra carne y obedecemos, eso nos demuestra “la sabiduría, autoridad y el poder que Él tiene”. 

Entonces, en resumen, Él nos regenera dándonos la disposición de querer obedecerle. Él preparó las buenas obras para que anduviéramos en ellas y luego nos da el deseo y la habilidad de hacerlas. Como es Dios quien está obrando de principio a fin, un espíritu implacable es evidencia de que Dios no está obrando en dicha persona. 

Para que uno pueda dar el perdón bíblico a otros, primero es necesario recibir personalmente su perdón. Y cuando esto ocurre, nuestras buenas obras deben permear el ambiente como un perfume y aún más cuando se trata de nuestros enemigos, porque cualquiera puede hacer buenas obras hacia sus familiares, sus amistades y sus colegas. Incluso el mundo puede hacerle bien a un desconocido. Sin embargo, hacerle bien al enemigo es una obra del Señor la cual pone en evidencia que nuestro Dios ha resucitado y que Él sigue viviendo, reinando con autoridad y con poder, y que todo obra para la gloria de su nombre. 

Loading controls...