¿Cuánto vale mi corazón?

“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” – Hebreos 12:15,16

Concluyendo nuestra última responsabilidad ministerial en Madrid y justo unos días antes de comenzar nuestras vacaciones, conduzco solo y a causa de unos segundos de despiste, estrello el coche contra la parte trasera de otro vehículo. Entonces ocurre la catástrofe, los airbags explotan en mi cara y experimento la horrible sensación de no tener el control de nada.

Temblando, salgo en medio de una nube de gas y corro al coche del frente para comprobar si la persona estaba bien, con la suerte de que solo se produjeron daños materiales. El resultado fue una avería de más de 4000€ y nuestras vacaciones echadas a perder; y por supuesto, el “Ya te dije que debíamos asegurarlo a todo riesgo” de mi mujer.

Es entonces cuando comienza la prueba para el hombre cristiano: Preservar su corazón puro en medio de la crisis. Porque las crisis son procesos que prueban el valor de nuestro corazón. No me malinterpretes, un accidente de coche es una crisis pequeña en comparación con una enfermedad, una muerte o un divorcio, pero es suficiente para contaminar un corazón.

El sabio Salomón dijo que una pequeña mosca muerta es suficiente para echar a perder el perfume más caro. Y lo cierto es que la pureza del corazón de un hombre cristiano es un perfume muy caro, que puede echarse a perder por la pequeña mosca de la amargura.

Justo después del accidente comenzó la verdadera prueba para mi corazón, cuando las preguntas, la culpa y las justificaciones martillearon mi mente. Entonces tuve la dulce tentación de darle lugar a una ofensa contra Dios, porque había permitido el desastre. También una ofensa contra las personas de mi alrededor, que intentaban engañarme en los presupuestos de la reparación. Incluso, una ofensa contra mí mismo, por haber cometido un error que nos costaría las vacaciones del año. Ofensas que aliviarían el dolor de la crisis durante un momento mediante la autocompasión, pero que dejarían tras de sí una raíz de amargura.

Entonces, en medio de la prueba, escuché al Espíritu Santo susurrándome una pregunta que me salvó de un desastre mayor que perder mi coche, que es perder la pureza de mi corazón. Y me preguntó: “¿Cuánto vale tu corazón”. Entonces entendí que mi corazón es una fuente de vida, y que sobre cualquier cosa a guardar debía guardar mi corazón de cualquier cosa que pudiese convertir la fuente de vida en una fuente de amargura. Porque el coche puede arreglarse en un taller, pero un corazón amargado es tan dañino que puede destruir la vida de una persona y contaminar a otras.

En medio de la crisis entendí que mi corazón es más valioso que 4000€ y que era de vital importancia guardarlo de cualquier ofensa que pudiese contaminarlo con la amargura. Y decidí seguir siendo una fuente de vida en medio de la prueba, dando a cada cosa su justo valor, considerando que el dinero, las vacaciones y los planes son pasajeros, pero que mi corazón lo conservaré eternamente. Decidí no seguir el camino de Esaú, que vendió algo valioso por un plato de comida. Porque la pureza de mi corazón no está en venta.

Al leer esto, considera si en medio de tu crisis no estás perdiendo la pureza de tu corazón por dinero, o por querer tener razón o por defenderte. ¿No vale tu corazón más que todo eso? Quiero desafiarte a guardar tu corazón del veneno de la amargura y a ser una fuente de vida en medio de la prueba. Porque hay una fuente divina que brota desde el Cielo hasta tu corazón por medio del Espíritu, y es en estos momentos cuando debes beber de ella, y allí encontrarás el gozo, la paz y la paciencia que necesitas.

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