¿Cómo te defines?

¿Qué soy? ¿De dónde vine? ¿Para qué estoy aquí? Preguntas que nos hacemos de maneras diferentes, pero que todo ser humano sobre la tierra, en algún momento u otro, ha pensado en ellas. 

Hoy quiero proponerte algunas respuestas, de manera sencilla, usando un solo versículo de la Biblia. ¡Así de poderosa es la Palabra de Dios! 

Efesios 2:10 dice: 

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica”. 

De aquí vamos a sacar nuestras respuestas.  

Lo primero que necesitamos aprender: Somos hechura de Dios. Y esa palabra, hechura, viene del griego “poiema” que significa obra de arte… y de donde viene también nuestra palabra poema. ¿No te parece increíble? Tú y yo somos una obra de arte con la firma de Dios.  

En Salmos 139:14 el rey David escribió: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!” Él entendió que aunque estaba lleno de defectos, Dios hace de cada uno de nosotros algo especial, algo digno de admiración.

Pero, ¿cómo es posible ser una obra de arte y tener defectos? Porque Dios ve aquello que seremos al final, cuando haya terminado su obra y nos redima por completo. Él comenzó la buena obra, como dice Filipenses 1:6, y la hará perfecta el día de Jesucristo, es decir, a su venida. 

¿Qué caracteriza a una obra de arte? Es única. Cada una de nosotras es única. Dios no nos hizo para que nos pareciéramos a nadie ni nos va a preguntar un día: “¿por qué no fuiste como Esther, como Débora? Sí, esas mujeres nos inspiran, pero cada una fue muy diferente de la otra. Única. Tenemos que aceptar que somos únicas y abrazar nuestra singularidad. En todo. 

La segunda parte de la respuesta se refiere a nuestro origen. El pasaje dice que fuimos creadas en Cristo. De ahí venimos; del plan de Dios para redimir a su creación, plan que estuvo presente desde el principio. Somos un resultado de lo que Cristo hizo en la cruz y eso implica una creación nueva.  

El griego original usa una palabra que quiere decir crear, formar, pero también incluye cambiar o transformar completamente. Y el origen de la palabra se refiere a ser propiedad del fabricante. ¡Tremendo! Le pertenecemos a Dios.  

En Efesios capítulo 1 dice que “Dios nos escogió en él [en Cristo] antes de la creación del mundo…. nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo”. De ahí venimos nosotras. Ese es nuestro origen.  

Y el último fragmento nos habla de nuestro propósito: Para buenas obras. Ese es el por qué. La fe no es por obras, pero sí es para obras. Dijo el apóstol Santiago que “la fe sin obras es muerta”. Cuando Dios nos creó, lo hizo con un propósito. Donde quiera que él nos ponga es para que produzcamos obras buenas, para que demos frutos.  

Efesios 1 también dice que fuimos creados “para alabanza de su gloriosa gracia”. ¿Para qué estamos aquí? Para darle gloria a Dios mediante todo lo que hagamos. Esa es la “buena obra” suprema. Ese es el propósito supremo de nuestras vidas. Lo demás tiene que ser secundario.  ¡Y todo ya estaba en el plan de Dios! Fíjate que dice: “las cuales Dios dispuso de antemano”.

Volvemos al Salmo 139:16: “Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. Nada es improvisación cuando se trata del plan de Dios. 

Mi querida lectora, tú no eres una casualidad ni un accidente, incluso cuando eso sea lo que tus padres puedan haberte dicho. Tú eres una obra de arte con la firma de Dios, que está en progreso. Tu vida tiene un origen divino, porque fuiste creada en Cristo, ¡eres parte del plan de Dios, desde antes de la creación del mundo! Y tienes un propósito en la tierra que va más allá de una profesión, una familia o un estatus social; tu propósito es que tu vida sea para la alabanza de la gloria de tu Creador.  

¡Dime ahora si eso no cambia por completo tú definición! Necesitamos adueñarnos de esta verdad y vivir conforme a ella. 

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