De culpable a perdonada

"Ni yo te condeno; vete, y no peques más” – Juan 8:11

Era una noche de verano. Todos los jóvenes del campamento nos estábamos preparando para nuestras competencias por equipos, cada equipo debía presentar una obra bíblica. El nuestro eligió el de “la mujer adúltera” y yo, una adolescente de 15 o 16 años, fui elegida para representar ese rol. Siempre me ha gustado el teatro, de hecho desde pequeña participe en pequeñas obras y en la iglesia fui parte del ministerio de teatro, así que tenía condiciones para hacer este papel.

Como una buena actriz en potencia me empapé del personaje, pero creo que a mis acusadores se les pasó la mano, porque cuando llegué hasta donde estaba Jesús, escribiendo en la tierra, ellos no dudaron ni por un segundo en tirarme al suelo; claro, eran mis acusadores.

Sentí el peso de la culpabilidad, el miedo, y estaba aterrada, pues ellos querían mi muerte.

De no haber sido por ese recuerdo de mi adolescencia, hoy no podría describir mejor cómo ella se sintió al ser descubierta, maltratada, acusada y sentenciada a la muerte.

Los acusadores tenían razón, la ley de Moisés los amparaba. En Levítico 20:10-21 leemos claramente que el que cometía tal acto debía morir apedreado. Ella violó los votos nupciales. Era absolutamente culpable.

De no haber sido porque los fariseos y escribas estaban buscando un argumento para acusar a Jesús, esta mujer no hubiese sido llevada ante el Maestro, pero ellos astutamente fueron para ver qué respondería Jesús. ¿Sería capaz Jesús de pasar por alto la ley de Moisés? ¿Pasaría por alto la autoridad romana que en esos tiempos no aprobaba la ley de muerte sin que pasaran por un tribunal romano?

Y como siempre nuestro Señor nos sorprende. Con su palabra de autoridad, gracia y sabiduría da la mejor respuesta que ni siquiera ellos pensaban que daría: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” (Juan 8:7). Es que todas somos pecadoras, no hay nadie justo ¿verdad? Todos merecíamos la muerte, el castigo por nuestros pecados. Sin embargo, este encuentro con la mujer es el encuentro de la gracia de Dios. Aquí Jesús se nos anticipa a lo que su sacrificio nos traería. Y la razón por la que vino a esta humanidad perdida y culpable.

¿Te has sentido como esta mujer? ¿Has cargado el peso de la culpabilidad por un pecado no confesado? ¿Hay alguna voz interior que te acusa y te dice: ¡Eres culpable!

La noticia más grande y jamás contada es que Jesús vino a librarnos de esa culpabilidad y perdonarnos. En la cruz Jesús tomó el lugar tuyo, mío y de muchas jóvenes que al igual que esta mujer adúltera se encontraba en pecado y el destino final era la muerte, el castigo de nuestra culpabilidad. Jesús nos justificó y mi pecado y tu pecado lo hizo suyo, a fin de tener la redención de nuestras vidas, el perdón, la libertad del pecado y, además, darnos una vida eterna.

Su gracia salva a esta mujer; “ni yo te condeno” dijo Jesús. Gracia inmerecida, gracia sobre gracia, su amor, misericordia y perdón otorgado le da la oportunidad de enmendar su camino, de tomar mejores decisiones, de poner orden en su vida, de abandonar el pecado. Jesús no pasa por alto la ley de Moisés, sin embargo le muestra el camino del amor, del perdón y le dice cómo vivir… “vete y no peques más”.

Y esta es su voz, la misma que escuchó la mujer, es la que hoy tú estás oyendo, sí, a ti y a mí nos sigue hablando. Han pasado tantos años, pero seguimos escuchando su voz diciéndonos que él no ha venido para condenarnos sino para salvarnos, para darnos una nueva oportunidad de hacer bien las cosas y para decirnos: “no peques más”.

Que el Señor nos ayude a vivir una vida en libertad, porque somos libres gracias a la cruz, él se ha llevado el peso de la culpabilidad y ahora soy perdonada, amada, aceptada por Dios. Él ha venido a nuestro encuentro.

Por Elba Castañeda

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