De gardenias, esperas y cosas hermosas

Esperar. Todavía no he conocido a la primera persona que le guste esperar. Sin embargo, he descubierto que realmente hay un tesoro en la espera.

Tengo una planta de gardenia en mi jardín. La compré hace ya un tiempo, creo que el año pasado. En abril floreció. Sin embargo, después de eso, ninguna otra flor.

Un día descubrí que una especie de insectos blancos habían decidido mudarse a mi gardenia. Como no soy experta en la materia, le pregunté qué hacer al amigo Google y allí aprendí que tenía que usar cierto líquido durante toda una semana para deshacernos de la plaga. 

Así lo hice. Pacientemente cada día en la tarde rociaba toda la planta con esta “medicina” hasta que por fin los punticos blancos con patitas desaparecieron. ¡Qué alivio! Sin embargo, notaba que la planta no estaba creciendo lo suficiente. Nuevamente busqué información y supe que necesitaba más sol. Por lo tanto, la cambié de lugar. 

Verás, esta gardenia es especial porque mi abuela de 96 años me pidió que la comprara y la tuviera en mi jardín, fue un regalo de ella. De manera que la cuido con mucho cariño. 

Hace unos días llegaba a la casa y noté que mi gardenia tenía algo diferente. Cuando me acerqué descubrí pequeños botones dispersos por toda la planta. ¡Está preparándose para florecer! Aunque no lo creas, casi cada día me acerco a revisarla porque estoy ansiosa de ver abrirse la primera flor. Pero tengo que esperar. 

Y bueno, ¿por qué toda esta historia de la gardenia? Sencillo. Esta planta me hizo recordar que todo lo hermoso toma tiempo, cuidado, a veces tenemos que movernos de un lugar a otro, en otras ocasiones necesitamos “medicinas” que curen las plagas que nos llegan. Pero, sobre todo, que para que algo florezca tiene que pasar un proceso de espera. 

Me gusta el libro de Eclesiastés, es poético, práctico y hasta un tanto filosófico. Allí, su autor (muchos creen que fue el rey Salomón) nos dice: 

“…Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado” (Eclesiastés 3:11, NTV). 

Al igual que sucede con mi planta de gardenia, así sucede con la vida. Dios lo ha hecho todo hermoso para el momento apropiado. ¿Traducción? Nos toca esperar. 

Este año el Señor me ha dado muchas, muchas lecciones en la escuela de la paciencia. Creo que porque sabe que he fallado el examen unas cuantas veces. ¿Y sabes? Después de la espera siempre viene lo hermoso

Lo que sucede es que en nuestro reloj humano no siempre llega tan rápido como quisiéramos. Sin embargo, por mucho que yo contemple los botones de gardenia no van a florecer más rápido. Igual con todo lo demás en la vida. No importa cuánto lo deseemos, cuánto tratemos de apurar las cosas… Dios lo ha hecho todo hermoso para el momento apropiado. 

La espera y la fe van de la mano. Cuando esperamos en Dios, nuestra fe se está ejercitando. Es el tiempo de aferrarnos a las promesas, el tiempo de creer lo que una y otra vez hemos leído en Su palabra. Cuando llegan las épocas de espera, se nos prueba la fe. ¿Y adivina cuál es el resultado? ¡Paciencia! Léelo en Santiago 1:3. 

Mi querida lectora. Soy del grupo de las que prefieren no esperar. Pero en verdad he descubierto el tesoro de la espera. Y te lo voy a revelar: Jesús. Cuando estamos en las esperas de la vida descubrimos que el único lugar seguro, el único refugio, tiene nombre, es una persona… Jesús. En las esperas que he estado viviendo últimamente me he abrazado a Él con fuerza. 

De manera que ahora, cada vez que paso junto a mi gardenia llena de botones, recuerdo que así como esa planta poco a poco está trabajando para regalarme algo hermoso, Dios también está haciendo que en mi espera todo llegue a ser hermoso, en el momento apropiado. 

Y hoy quiero darle gracias por esos momentos. ¿Tú también? La gratitud lo incluye todo… hasta los tiempos de espera.

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