Desafío a dar gracias (Día 11)

El consuelo de Dios. Cuando lo experimentamos sabemos que no hay otro semejante. Quizá no podemos verlo, físicamente hablando, pero lo sentimos tan real como el aire que respiramos.

Recuerdo una ocasión en que las palabras de alguien me hirieron tan profundamente que me quedé, bueno, sin consuelo. Estaba sola en mi casa, no tenía deseos de nada más que llorar. ¡Ni siquiera quería conversar del asunto con nadie! Sentada en mi escritorio bajé la cabeza y lo único que pude decir fue: “¡Señor, consuélame tú!”

Las diversas situaciones de la vida nos presentan dos alternativas: alejarnos de Dios o acercarnos a él. Si escogemos lo segundo no me queda duda de que, dada la circunstancia, experimentaremos un rasgo en particular de la naturaleza de Dios. Ayer hablamos de provisión, Jehová Jireh, hoy hablamos del Dios de toda consolación, paraklesis.

Por años Dios le anunció al pueblo de Israel que llegaría a ellos el consuelo que tanto anhelaban. Llegaría en la persona del Mesías (Isaías 66:13). Tú y yo tenemos ahora al Dios de toda consolación a nuestra disposición en la persona de su Espíritu, las 24 horas del día, todos los días de la semana (Juan 14:16).

Mi querida lectora, no sé con qué carga o dolor pudieras estar leyendo hoy estas palabras, pero permíteme recordarte que si Cristo es tu Señor y Salvador, entonces en ti mora su Espíritu y por tanto puedes ser consolada. ¡Deja hoy que él te consuele! Tu familia, tus amigos, tus hermanos en la fe, todos pueden ofrecerte su consuelo humano, pero nadie podrá traer a tu corazón el consuelo perfecto que viene de parte de Dios. Quizá te ayude saber que uno de los significados en griego de esa palabra consolación es refrigerio, renovación. Y eso, ¡solo Dios lo puede hacer!

Ya han pasado varios años de lo que te conté al principio, sin embargo, no he olvidado cómo el consuelo de Dios se hizo tan real para mí que pude entender por qué uno de los nombres de Dios es “Dios de toda consolación”. Y hoy le doy mil gracias.

Desafío para hoy: Haz un inventario en tu memoria de los momentos difíciles o tristes en los que hayas experimentado el consuelo de Dios y anota algunos. Y si estás pasando por un momento así ahora mismo, pídele al Señor que sea hoy tu Dios de toda consolación y escríbelo como una oración.

Pasaje para memorizar: “Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren”, 2 Corintios 1:3-4.

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