Vivimos en un mundo de promesas… incumplidas.
Los vendedores prometen ofertas que no son reales.
Las dietas prometen hacer bajar libras como por arte de magia, y no se cumple.
La televisión anuncia artículos que prometen ser “eternos”, “infalibles”, etc. Irreal.
Los políticos prometen resolver todos los problemas, cambiar lo que no funciona y mucho más. Pasan los años y todo sigue igual.
Los esposos se prometen fidelidad el día de la boda, permanecer juntos en buenas y malas. Y después echan por tierra las promesas al firmar un divorcio.
La lista pudiera continuar. Todos hemos recibido, o hecho, promesas que no se han cumplido. Solo Dios es absolutamente fiel en cumplir sus promesas, no importa qué esté sucediendo en este mundo caído y corrupto. Y lo mejor es que él nos ha hecho partícipes de esas promesas:
“Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia; y debido a su gloria y excelencia, nos ha dado grandes y preciosas promesas” (2 Pedro 1:3-4).
¿Qué se supone entonces que hagamos con las promesas de Dios? Usarlas como usaríamos la garantía en una transacción financiera o comercial. Las promesas son la garantía que Dios nos da, su palabra de cumplir con su parte del pacto: de vida eterna, de protección, de provisión, de fortaleza, etc. Cuando oramos y usamos las promesas como esa garantía, estamos confiando en que Dios cumplirá, porque él es fiel. Y cuando confiamos en Dios, le agradamos.
¿Alguna vez habías pensado en darle gracias a Dios por sus promesas? ¿Qué tal si empezamos hoy?
Desafío para hoy: Dale gracias a Dios por tres promesas de su Palabra que tengan un significado especial para ti y anótalas.
Pasaje para memorizar: "Con sus plumas te cubrirá y con sus alas te dará refugio. Sus fieles promesas son tu armadura y tu protección" (Salmos 91:4).