Después de la caída

“Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió”, 2 Samuel 12:20

A menudo, cuando las circunstancias se tornan grises, nuestra respuesta es el desánimo, el enojo y el abandono de nuestra vida espiritual y de comunión con Dios. Pocas veces nos sentimos avergonzadas y nos detenemos a pensar en las consecuencias desde la perspectiva de Dios.

David era un hombre íntegro y sincero a pesar de su pecado. Asumió sin excusa y sin rodeos la responsabilidad del mismo. Después de la caída, en 2 Samuel 12:13 reconoció y admitió su culpa y las consecuencias de ella. Lejos de hacerse la víctima, alejarse de Dios o de culpar a la carne, Betsabé u otros, más bien se acercó a Dios en ruego, ayuno y oración. ¡Que actitud más noble y humilde!

Imagínense su corazón después de perder a su hijo, su primogénito. ¿Qué hubieras hecho tú? ¿Cómo hubieras reaccionado? Pues el versículo 20 dice: “Entonces David se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió”. Amadas, ¡David adoró!

Amiga y hermana, toda acción tiene una consecuencia inevitable y así mismo con el pecado. Pero aun la más negra de ellas, si es aceptada íntegramente, puede ser nuestra mayor bendición.

David aprendió a no descuidar su vida espiritual ni cubrir su pecado. Al hacerlo halló descanso y gozo en el perdón y restauración de Dios, muy a pesar de su dolor. ¡Nosotras también podemos hacerlo!

Oración: Señor Bendito, ayúdanos a ser sinceras contigo e íntegras en todo nuestro proceder. Enséñanos a ser responsables de nuestros actos y con humildad reconocerlos y aceptar tu disciplina. Sánanos y levántanos de nuevo. Te lo suplicamos en el nombre de Jesús, amén.

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