Dios Fuerte, Padre Eterno

“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”, Isaias 9:6

Es increíble la gran difusión que se da a las historias de los dioses de la mitología. Sus nombres son utilizados en figuras literarias y hasta en la denominación de estrellas y planetas. Sus hazañas y proezas se destacan por doquier. Sin embargo, algo interesante en estos dioses es que todos tenían un “punto débil”.

Esto no sucede con el Niño de Belén… Él es Dios Fuerte… es el Todopoderoso, y según Él mismo declara en Isaías 44:6 b: “Yo soy el primero y el último; fuera de mí no hay otro dios”.  Declaración contundente, nunca dicha por algún otro.

Sus hazañas y proezas están descritas en las Sagradas Escrituras y superan por mucho las de los dioses mitológicos. Este Dios Fuerte aun está en su trono y nada escapa a su control, a pesar de que parezca así en muchas ocasiones. Este es el Dios que tenemos a nuestra disposición: ¡Jehová de los Ejércitos!

Lo interesante de nuestro Dios es que en contraste con su gran poderío y fortaleza, también sabe ser un Padre Amante y Protector de los suyos.

Una de las experiencias más difíciles por la que puede pasar una persona es la de perder un padre. Sobre todo cuando ha sido uno protector, proveedor y amante de sus hijos. Yo perdí el mío cuando recién cumplí mis quince años y puedo atestiguar cuán duro fue el sobrellevar una situación similar.

Sin embargo, hay esperanza en esta característica de nuestro Padre Celestial: ¡Es Eterno! ¡Él siempre ha sido y siempre será!  Y por lo demás, también ha garantizado que aquellos que le pertenecen estarán por siempre con Él morando en esa misma eternidad. Por lo cual, siempre vivo con la esperanza de algún día conocer cara a cara a este Padre Eterno y, a la vez,  re-encontrarme con aquel padre terrenal que perdí años atrás.

Si el nacimiento de este Niño de Belén no nos llena de esperanza cuando meditamos en estas características, entonces… ­¿qué lo hará?

¡Piensa bien, mi amiga y hermana! Medita en cuán grande es ese Dios que, a pesar de ser el Todopoderoso, tiene la asombrosa capacidad de morar en el corazón de un ser humano.

Él nació por nosotras y para nosotras… ¡Dale toda la gloria por lo que hizo y seguirá haciendo!

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