Dios, la oración y el corazón

Sigo recorriendo la Biblia en un año y, aunque todavía no sé si la terminaré antes del 31 de diciembre, estoy disfrutando mucho esta trayectoria y tomando el tiempo necesario, sin dejar que la fecha sea lo más importante. Lo bueno de tener una meta es que nos ayuda a mantenernos enfocados y que, al llegar al final, tenemos esa agradable sensación de haber terminado. Pero en este caso, no es bueno dejar que la meta se convierta en la prioridad. La prioridad es que la Palabra de Dios haga lo que tiene que hacer en nuestro corazón.

Así que ahora mismo estoy en el libro de Nehemías y, aunque ya casi lo termino, no quería dejar de compartir contigo algo que cautivó mi atención en el capítulo 1. Aquellos que hemos emigrado nos identificamos con Nehemías por varias razones.

Nehemías, cuyo nombre no pudiera ser más acertado —Jehová tiene compasión—, había nacido en el exilio. Jerusalén era la tierra de sus antepasados, sin embargo, la amaba apasionadamente. De modo que cuando recibió noticias de la precaria situación en que se encontraba, se echó a llorar. Y no solo lloró, hizo ayuno y oró a Dios (1:4).

Es evidente que, a pesar de haber crecido en un imperio, bajo otra religión, Nehemías conocía al Dios de Israel. Si damos alas a la imaginación, es muy probable que su familia le hubiera criado en la instrucción de la ley que el Señor había dado al pueblo mediante Moisés tantos años atrás.

Y es justo en esa oración que se encuentra la enseñanza que hoy quiero dejarte. Antes de avanzar dejamos algo claro: Dios siempre escucha las oraciones de sus hijos (hijos son lo que dice 1 Juan 2:12), él nos invita a clamar (Lucas 11:9), nos dice que nuestras oraciones están guardadas como incienso precioso (Apocalipsis 5:8), y nos dejó al Espíritu Santo para que arregle nuestras oraciones cuando ni siquiera sabemos cómo hacerlas (Romanos 8:26). Dicho esto, déjame comentarte por qué me conmovió tanto la oración de Nehemías, y por qué creó que tocó el corazón de Dios de una manera tan especial. (Puedes leerla en el capítulo 1, versículos del 4 al 11.)

¿A quién oró Nehemías? Nehemías comienza su oración con palabras de alabanza, reconociendo la grandeza de Dios, su fidelidad. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, hizo lo mismo; la oración que conocemos como “el Padre Nuestro”, comienza también con un reconocimiento de quién es Dios, con alabanza a su nombre. Eso nos enfoca en la persona de Dios, de quién se trata. Cuando ores, ora a tu Padre celestial, al Dios del cielo, el Dios grande. 

¿Cómo oró Nehemías? Su oración es un clamor sincero, un clamor desde el fondo del corazón. Es un ruego, como lo dicen algunas versiones. La situación por la que él oraba le llevó a clamar a Dios, a clamar con súplica. Pero además lo hizo con humillación delante del Dios del universo. Hubo confesión de pecado en la oración de Nehemías (v. 6). Él no llegó con una actitud de arrogancia o exigencia a Dios, no hay sombra de reclamo en sus palabras. ¡Al contrario! Esta oración es una imploración. Tenemos mucho que aprender de este gran líder. 

No sé cuándo comenzó esta corriente de darle órdenes a Dios en la oración que se ha vuelto tan popular en los últimos años. Creo que a veces se nos olvida con quién estamos hablando y que, aunque a través de Cristo somos hijos y él nuestro Padre, sigue siendo soberano, y a los soberanos no se les da órdenes ni se le exige. Se les pide, se les ruega en humilde clamor.

Por otro lado, Nehemías oró apelando a la Palabra de Dios. En los versículos 8 y 9 le suplica a Dios que recuerde la promesa hecha a Moisés. Nehemías oró confiado en la fidelidad de Dios a sus promesas y a su Palabra. Pero su actitud es de quebranto ante Dios. Varias veces le dice: “Dios, te suplico, te ruego”. Y es la propia Palabra la que nos enseña que Dios no rechaza al corazón contrito y humillado, pero sí al orgulloso (salmos 51:17, Isaías 66:2). Seamos cuidadosos, mi querida lectora, no pequemos al querer manipular a Dios o darle órdenes. Es un intento vano e inútil.

¿Qué motivó la oración de Nehemías? Su necesidad de la ayuda de Dios. Él era el copero del rey, esa era una posición elevada. Nehemías estaba acostumbrado a codearse con los grandes y a tener a muchos bajo sus órdenes. Sin embargo, ante esta situación reconoció que solo Dios podía ayudarle. Él entendió que solo Dios mueve los corazones de los hombres y nos da favor frente a ellos (v. 11). 

Así tenemos que orar. La motivación de Nehemías era restaurar el muro de Jerusalén y cuando leemos este libro vemos que todo el tiempo se apoya en Dios, depende de él y nunca buscó llevarse la gloria; ¡para nada! Nehemías mostró ser un líder humilde y entregado a su tarea, que solo buscaba agradar a Dios.

Esta oración fue hecha durante el otoño (mes de Quisleu en el calendario hebreo), y no fue hasta la primavera del año siguiente que Nehemías tuvo oportunidad de presentar la situación ante el rey, no sin antes orar (cap. 2:4). ¡Y Dios le respondió dándole favor! Dicho con otras palabras, Nehemías recibió la respuesta que anhelaba, y mucho más. Lee el capítulo 2 y verás que Dios sobrepasó sus expectativas.

Ahora bien, antes de que saquemos conclusiones erróneas. Dios no siempre responde de la misma manera. A veces lo hará como hizo con Nehemías y otras veces no. Mi objetivo con esta enseñanza es que busquemos tener un corazón así, humilde y dependiente de Dios. Que cuando oremos lo hagamos con la actitud adecuada. ¡Gloria a Dios por su Espíritu que arregla nuestras oraciones! Sé que muchas veces no son lo que debieran ser, y qué bueno que tenemos su gracia para sostenernos.

Dios usó poderosamente a Nehemías y estoy convencida de que en gran parte fue por la actitud de su corazón. No sé qué muro tengamos que levantar, por decirlo de alguna manera, pero independientemente de la tarea, oremos para que el Señor ponga en nosotros la humildad que vemos en Nehemías y que, por supuesto, nos enseñó y modeló Jesús. Que aprendamos a orar con un corazón contrito y humillado que descansa en Dios. 

 

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