Dos requisitos para los que tienen este estatus

No nací en el país donde vivo. La ciudadanía la adquirí luego de seguir el proceso establecido: llenar formularios, el pago de una suma de dinero, hacer un examen y una entrevista y, por supuesto, cumplir con los requisitos de seguridad interna. Una vez completado el proceso, prometí fidelidad a esta nación. Ahora gozo de los derechos y privilegios de cualquier ciudadano norteamericano. Pero también de las obligaciones.

Pablo era ciudadano romano. Ese título le facilitaba muchas cosas, especialmente en un país sometido bajo ese dominio. Los filipenses eran una colonia romana, así que estaban sujetos a las regulaciones, leyes y duro dominio del imperio. 

¿Y por qué toda esta introducción? Pues para que pensemos por qué Pablo maneja la idea de comportarnos como ciudadanos del cielo en este pasaje:

“Sobre todo, deben vivir como ciudadanos del cielo, comportándose de un modo digno de la Buena Noticia acerca de Cristo… firmes y unidos en un mismo espíritu y propósito, luchando juntos por la fe, es decir la Buena Noticia”, Filipenses 1:27. 

Es muy probable que algunos anhelaran la ciudadanía romana con sus privilegios, tal vez otros la despreciaban y algunos estaban frustrados con toda la situación. ¡Tan parecido al mundo actual! 

¿Cuál es la exhortación de Pablo? Compórtense conforme a otra ciudadanía, una que es superior y que ya está pagada. No la podemos comprar y tampoco se requiere que pasemos un examen. Está disponible para todos. Nos da acceso al reino de Dios y no la perdemos, PERO, junto con todos esos privilegios, vienen obligaciones. Tal y como te contaba al principio. 

Vivir de manera digna de la Buena Noticia. Esa es la primera obligación. Dios nos llama a vivir de una manera que ponga en alto el nombre de Cristo. El verbo griego es “caminar”. Entonces la exhortación es a caminar, andar, actuar de tal forma que todos los que nos observen puedan ver a Jesús en nosotros. Alguien dijo una vez que nuestra vida es la Biblia que muchos leerán. ¡Qué reto! 

Ahora bien, ¿cómo se hace esto? Primero que nada con la ayuda de Dios mismo, porque solas no podemos. Cada día, cuando yo ponga los pies en el suelo, tengo que pedirle a Dios que me ayude a vivir de manera digna del evangelio. 

¿Quieres una fórmula que te puede ayudar? Hazte una sencilla pregunta: en mi lugar, ¿qué haría Jesús? Ese fue más o menos el título de un precioso libro que desafió mi vida cuando era una adolescente. No es una fórmula fácil, pero te garantizo que no falla y que cambia totalmente nuestra manera de vivir.

El segundo desafío que Pablo presenta para vivir como ciudadanos del cielo -y ahora ajustemos nuestros cinturones- nos viene muy bien… dos mil y tantos años después: “Unidad”. Los ciudadanos del cielo entienden que luchan por la misma causa, que están en el mismo bando, que no hay necesidad de atacarse unos a otros y que su meta es la misma: difundir la Buena Noticia para extender el reino de los cielos aquí en la tierra.  

Fíjate cuán importante es eso para Dios, que Jesús mismo oró por nosotros así: “Que gocen de una unidad tan perfecta que el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas tanto como me amas a mí” (Juan 17:23, NTV). ¡Qué tremendo! La unidad que nosotros los cristianos mostremos, o no, es un mensaje claro para el mundo de Cristo y de su amor por nosotros. Qué triste que nos cueste tanto y que permitamos que el enemigo nos divida por tonterías.

Nuestra ciudadanía celestial requiere, exige, que estemos unidas. Y aprovecho para decirte algo, a ti que tal vez estás en el ministerio de mujeres, o en cualquier otro, o que quizá lo estarás algún día, o tienes un blog, o diriges una organización o lo que sea: ¡estamos en el mismo barco! Nuestra meta es la misma. Apoyémonos unas a otras. No nos veamos como competencia. Mostremos tal unidad que el mundo pueda ver al Jesús que nos ama y a quien servimos. 

El ministerio verdadero, el que agrada a Dios, es ese, donde Cristo ocupa el centro y todos los demás simplemente le servimos. Unamos fuerzas, ayudemos a las demás, compartamos. Recuerda, nosotros respondemos al llamado de Dios, le servimos con obediencia y dedicación. Los resultados son de él. 

¡Vivamos como ciudadanas del cielo, de manera digna del evangelio, en unidad! Así lo diseñó Dios.

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