El descanso que tanto anhelamos

“En verdes prados me deja descansar; me conduce junto a arroyos tranquilos” (Salmos 23:2, NTV).

Cuando David escribió este salmo lo hizo desde su corazón de pastor, alguien que conoce muy bien el valor que tiene un prado verde y fresco para la oveja. Es sinónimo de alimento y descanso. Es llegar al lugar donde se renuevan las fuerzas.

Jesús se llamó a sí mismo “el buen pastor”; por tanto, como todo buen pastor, él cuida de sus ovejas y las lleva al mejor lugar, al lugar de reposo. ¿Y sabes a qué lugar nos lleva? ¡A sí mismo! El Buen Pastor nos dice: «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28, énfasis de la autora).

Sé muy bien lo que es anhelar reposo, vacaciones, tranquilidad, silencio, ¡un prado verde! Pero también sé que cuando se trata del alma, los lugares físicos no son la solución real. El descanso que tanto apetecemos se encuentra en alguien, no en algo. Por eso también Jesús nos dice que él es el Buen Pastor, porque él nos da el reposo deseado, el descanso del alma. Y es un descanso que está reservado para los que creen él, descanso que culminará cuando para siempre vivamos en su presencia. Hebreos 4 nos habla mucho más del tema y nos indica que el descanso es Cristo mismo.

Tú y yo, como hijos o hijas de Dios, aunque experimentaremos muchas veces cansancio físico en la vida terrenal, tenemos la promesa de descanso eterno, pero también de descanso mientras estamos aquí, lidiando con este mundo caído. Jesús nos invita a venir a él, a soltar nuestras cargas… ¡a renovarnos en el prado de su presencia y cuidado!

Donde yo vivo, en el sur de Florida, no abundan los arroyos. Sí tenemos muchos canales y mar, por supuesto, pero los ríos son muy escasos. Sin embargo, hace unos meses estuve en un campamento ubicado en el estado de Nueva York. Un lugar hermoso, entre montañas y bosques, y junto a un precioso río. Era el mes de junio, pero allí todavía el verano no se hacía sentir, y el agua del río estaba helada. No obstante, me quité los zapatos y caminé un poco por la orilla. El agua refrescó mis pies… ¡bastante! Pero lo que más disfruté fue escuchar el sonido tranquilo de la corriente. Música para el alma.

Un buen pastor no solo lleva a las ovejas al prado para alimentarlas, sino que busca para ellas fuentes de aguas donde calmar su sed y refrescarse. Tal vez recuerdes la historia de aquella mujer que sedienta llegó al pozo bajo el sol del mediodía (Juan 4). Llegó con un cántaro vacío y se fue con un corazón lleno. ¿Por qué? Porque había encontrado la fuente de agua que no se agota ni se seca, ¡el agua de vida! ¡Jesús!

Cuando David, el pastor de ovejas, escribió este Salmo, tal vez sin saberlo, estaba apuntando al Buen Pastor que un día vendría para calmar la sed de reposo, de paz, de esperanza, de salvación

¿Estás sediento hoy? ¿Está tu corazón buscando dónde calmar la sed? Tal vez has probado muchas aguas diferentes y todavía no te sacias. ¡El Buen Pastor te invita! Bebe del agua que él ofrece y verás la diferencia. Mira su promesa: «pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna» (Juan 4:14).

A veces, incluso luego de llevar años caminando en el Evangelio, seguimos tratando de buscar descanso y de calmar la sed en algo más que Cristo. ¿El resultado? Vidas agotadas, insatisfechas, sedientas. ¡Pero puede ser diferente! Jesús, el Buen Pastor, dio su vida por ti y por mí, ovejas perdidas, para que hoy tengamos acceso al más verde de los prados y la más fresca de las aguas, ¿por qué conformarnos con imitaciones baratas? ¿Por qué seguir buscando?

El Salmo 23 no es solo un lindo poema para repetir en momentos tristes. Sí, es un poema, y es hermoso, pero es Palabra de vida que nos recuerda quién es el Pastor y lo que él ha hecho por sus ovejas. Cuando nuevamente te sientas cansado o sediento, no lo olvides, corre al Buen Pastor, te pastoreará en su prado y calmará tu sed.

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