El dinero no hace la felicidad, pero… (Parte 2)

El problema en las iglesias latinoamericanas de hoy que han sido afectadas por la filosofía secular del materialismo, es que siempre se define el concepto de “bendición” en términos materiales y positivos.  

La felicidad, entonces, se queda pegada a la idea de que la voluntad de Dios para nuestra vida tiene que ver, de alguna manera, con nuestra capacidad de compra y con las cosas “buenas” que nos pasan a diario. Este es un buen ejemplo de sincretismo en la iglesia evangélica de nuestros días.  

Como resultado de la conquista, el catolicismo se asoció con las religiones paganas de nuestros pueblos para incorporar, por ejemplo, a la “pacha-mama” a su vida religiosa.  Hoy, los evangélicos nos hemos asociado al capitalismo para incorporar a nuestra vida religiosa el culto a la “money-mama”.

Sin embargo, Jesucristo expresó claramente que los valores trascendentes son mucho más importantes que los intrascendentes, que no debemos sacrificar las cosas eternas en pos de lo pasajero. Él mismo nos da el principio de vida que nos debe llevar hacia la felicidad. Nuestro Señor dice en el capítulo seis de San Mateo: “¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”

¿Qué hace la felicidad?

Un importante principio para recordar, entonces, sería que la tarea más importante en la vida es, justamente, vivir. Donde “vivir” significa mucho más que meramente existir.  Significa parar de correr detrás de las cosas materiales y superficiales, y comenzar a perseguir las cosas más profundas de la vida.

Aquí va un examen para probar sus conocimientos del tema:

En un interesante estudio realizado por la televisión educacional norteamericana sobre el consumismo en el país, se descubrió que el porcentaje de norteamericanos que dijeron tener vidas “muy felices” llegó a su punto más alto en el año… (usted elige):

a. 1957

b. 1967

c. 1977

d. 1987

La respuesta correcta es la uno. La cantidad de gente que se percibía a sí misma como “muy feliz” llegó a su pico máximo en 1957 y se ha mantenido bastante estable o a declinado un poco desde entonces. Es interesante notar que la sociedad norteamericana de nuestros días consume el doble de bienes materiales de los que consumía la sociedad de los ’50. Sin embargo, y a pesar de tener menos bienes materiales, se sentían igualmente felices.

Aprender a “vivir”, entonces, significa aprender a cumplir con la voluntad de Dios,  poner en práctica los talentos y dones que Él nos ha dado, concentrarnos en las cosas trascendentes como: servir y enriquecer la vida de nuestro cónyuge, amar y enseñar a nuestros hijos, desarrollar nuestra vida personal y profundizar nuestra relación con el Señor. 

Jesucristo dijo: “…la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Vivir nuestra vida, y vivirla en abundancia, significa aprender a disfrutar el ver a nuestros niños jugar en el fondo de la casa. Significa la lágrima derramada después de orar y darles el besito de las buenas noches. Significa preocuparnos por la vida de la gente, ayudar a pintar la casa del necesitado, arreglarle el auto a una madre sin esposo y escuchar en silencio hasta cualquier hora de la noche el corazón del amigo herido.

Vivir en abundancia significa predicar las buenas nuevas a los pobres y a los ricos, pregonar el año agradable del Señor a los vecinos, aprender a restaurar al caído y a sanar al herido. Significa, para los varones, poder mirar a nuestra esposa a los ojos y decirle “te amo”. Poder llegar a ser un modelo de líder-siervo para nuestros niños. Significa dejar una marca más allá de nuestra propia existencia.

Ese, creo yo, es el concepto bíblico de vivir en abundancia. Ese es el tipo de vida que Dios quiere de nosotros. Ese es el oro, la plata y las piedras preciosas con las que Jesucristo quiere que construyamos nuestras mansiones en el cielo. Esa es la idea de ser “rico para con Dios” que surge de Lucas 12:21.

Poco tiene que ver este concepto de la felicidad y la satisfacción personal con las enseñanzas del “evangelio de la seguridad económica”.  Poco tiene que ver con lo que se enseña en los círculos afectados por el materialismo de hoy. Si en algo estoy de acuerdo con el orador de la otra noche es que el dinero no hace la felicidad y, sinceramente, no sé hasta cuánto ayuda.

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