El otoño de los justos

“Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!”, (Salmos 1:3).

Cada día, al manejar hacia mi trabajo, tengo que recorrer unas cuantas millas rodeadas de árboles y sembrados. Siempre he preferido las grandes urbes, sin embargo, he aprendido a disfrutar cada palmo del trayecto admirando la belleza del paisaje.

Durante el otoño, el contraste entre los tonos de verdes, amarillos, marrones y naranjas de las hojas de los árboles es digno de admiración. Recuerdo que el año pasado, para esa misma época, no quedaba ni una hoja en un árbol. Pasamos demasiado rápido al Invierno. Este año, por el contrario, las hojas se han mantenido adheridas a los árboles por más tiempo.

Le pregunté a mi “enciclopedia portátil” (mi esposo Jay) por qué sucedía esto y, luego de toda una larga explicación científica, concluyó diciendo que este verano pasado hubo más lluvia, por lo que los árboles recibieron los nutrientes adecuados que le permitieron permanecer con su espléndido ropaje por más tiempo.

Este primer Salmo compara con un árbol a aquel varón, individuo o ser humano que no anda en caminos inadecuados, ni comparte con aquellas personas que no tienen temor de Dios. (Apropiémonos también de este Salmo como si fuera escrito para nosotras las chicas).

Un momento por favor… entonces ¿quiere decir que el otoño es indicativo de una próxima muerte? Porque las hojas sí caen… ¿Se equivocó el Salmista? ¡En ninguna manera! Cuando el Salmista se refiere a que las hojas “no caen”, se refiere a que ese árbol NUNCA se seca.

El “fruto” exhibido en el otoño es la belleza de los colores en sus hojas. El Otoño es la antesala a la “pausa” en la cual estarán inmersos esos árboles durante el invierno, tiempo en el cual, en el tronco se origina un proceso interno de renovación que llevará a la salida de nuevas hojas en primavera… y el proceso continúa.

Que en medio de nuestros otoños podamos exhibir nuestro mejor follaje… y que en medio de nuestros inviernos, podamos siempre mantenernos conectadas a la única y verdadera fuente de agua de vida: Nuestro Señor Jesucristo.

¿En que estación de tu vida te encuentras?

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