“He aquí gran amargura me sobrevino en la paz, pero a ti te agradó librar mi vida del hoyo de corrupción, porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados.” – Isaías 38:17
¿Hasta dónde llegarías por tu esposo, tus hijos o los miembros de tu familia? ¿Arriesgarías tu vida por ellos? ¿Cuánto sacrificarías por su felicidad o su seguridad? La respuesta de la mayoría serán positivas. Pero, ¿qué pasa si te hacen las mismas preguntas sobre tus enemigos? No, probablemente no estarías dispuesta a arriesgar tu vida por tus enemigos.
Pero ¿rendirías tu orgullo para perdonarlos? ¿Sacrificarías tu ego para bendecirlos? ¿Persistirías en mostrarles a Cristo incluso aunque te rechazaran y se burlaran de ti?
Estos son mandatos dolorosos y humillantes. Sin embargo, Dios es capaz de llevarnos más allá de lo que nosotras estamos dispuestas a ir. Afortunadamente para nosotras, no hay límites en la profundidad del amor y del perdón de Dios.
Absolutamente ningún límite.
En nuestro pasaje de hoy de Isaías, leemos la alabanza emotiva de Ezequías al rescatarle de una eternidad en el infierno. Ezequías era uno de los reyes de Judá. Se le describe en 2 Crónicas 31:20 como uno que hizo “lo que es bueno y agradable ante los ojos de Dios”.
Un día, Ezequías se puso muy enfermo. El profeta Isaías fue a verle para decirle que Dios le había dicho que pusiera todo en orden y se preparara para morir. Ezequías tenía solo 39 años. Lloró. Oró. Pidió por la misericordia de Dios. Isaías no se había ido aun de la casa de Ezequías cuando Dios ya había respondido. Dios le dijo que extendería su vida 15 años más. Ezequías estaba tan sobrepasado de gratitud que comenzó a alabar a Dios.
Pero Ezequías recibió mucho más. Otro día, rindiendo Jesús Su espíritu en la cruz, un terremoto terrible rasgó el velo del templo. Las puertas del Cielo se abrieron garantizando a todo aquel que cree el acceso al trono de Dios. Ezequías esperó 15 años, pero recibió la eternidad.
No hay límites para la profundidad del amor o del perdón de Dios.
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” – Romanos 8:38-39
No hay límite para el rescate de Dios a Su pueblo. Él entra en nuestras vidas ordinarias y derrama Su gloria extraordinaria. Dios persigue fieramente al desobediente, al que duda, al quebrantado y al perdido para que todos podamos conocer y experimentar el amor de Su amor, gracia y misericordia.
Él entra en las prisiones, los lugares con droga, en los refugios de personas sin hogar y en las instituciones para acercar a las personas a Él. Dios combate a Satanás y a su mundo de oscuridad hasta que somos suyos. A medida que abrimos nuestros corazones a Él, comenzamos a ver hasta dónde Dios llegará por nosotras. Dios no tiene límites.
Aunque Dios libera a los creyentes una vez y para siempre del castigo eterno, no se queda ahí. Dios continúa supliendo nuestras necesidades más profundas con la promesa de que, al final, seremos victoriosas. Incluso las personas más fieles experimentarán pruebas y problemas. Pero el amor de Dios permanecerá para siempre. El pueblo de Dios puede tener confianza y seguridad en Cristo, y no hay nada que podamos hacer para cambiar eso.
¿En qué circunstancias estás batallando para recibir la profundidad del perdón de Dios y el amor en tu vida?