El Primer Lugar

Cada vez que quiero analizar la frase “hecho a imagen y semejanza de Dios” tengo una confrontación conmigo misma. Dios me creó a Su imagen y semejanza y, si es verdad, somos Su máxima creación, Su obra maestra. Pero mi posición ante esta verdad no me permite igualarme con Jesús. Y concluyo que la mejor forma de igualar a Jesús es nuestra actitud ante esta verdad. ¿Significa esto que soy mejor que los demás? Sí, pero no.

Somos mejores que el prójimo cuando de verdad olvidamos nuestro yo para darles a ellos su lugar. Humildemente Cristo lo hizo, humildemente debemos hacerlo. A la vez, entre más nos colocamos en actitud de poner al prójimo en primer lugar, dejando nuestro yo atrás, entonces somos mayores a los ojos de Dios y más nos parecemos a Jesús.

Nunca nos pareceremos más a Dios que cuando ayudamos a quien lo necesite. ¿Somos sensibles a las necesidades de quienes nos rodean? ¿De nuestros vecinos? ¿De nuestros amigos o compañeros de trabajo?

Esto es lo que dice la Palabra: “Nadie busque el bien sólo para sí mismo, sino para todos. Tengan la misma manera de pensar que tuvo Jesucristo: Aunque Cristo siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad. Al contrario, renunció a esa igualdad, (renunció a sus privilegios divinos) y se hizo igual a nosotros, haciéndose esclavo de todos”, Filipenses 2:4-7 (TLA). 

No nos digamos mentiras: poner a los demás en primer lugar, aun en lugar nuestro, no es fácil. Solamente lo será cuando entendamos que ellos representan a Jesús aquí en la tierra y que todo lo que por ellos hagamos es como si lo hiciéramos a Él. Esto cambia totalmente nuestra perspectiva.

Porque cuando se trata de Jesús, nuestro egoísmo morirá, cuando se trata de Jesús será más fácil morir a nosotros mismos y acercarnos a las personas identificándonos con sus alegrías, sus tristezas, sus necesidades. 

Les comparto esta escena:

Nunca sabes lo que va a decir o hacer un niño, es sorprendente. En una oportunidad se le solicitó al orador y autor de libros Leo Buscaglia que fuera parte del jurado en un concurso que buscaba al niño más cariñoso. El ganador fue un niño de 4 años cuyo vecino era un anciano a quien recientemente le había fallecido su esposa. El niño, al ver al hombre llorar, fue al patio de aquel hombre, se subió a su regazo y se sentó. Cuando su madre le preguntó qué le había dicho al vecino, el pequeño niño le contestó: “nada, sólo le ayude a llorar”.

Algunas veces es tan sencillo mostrar el amor de Dios: ofrecer una mano, una sonrisa o simplemente escucharlos para luego compartirles el mensaje de salvación.

Por Nayibe Rueda

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