El problema con la limpieza

¡Es una mujer muy limpia! ¡Tiene la casa súper organizada! ¡Es muy trabajadora!

Desde niña, y todavía hasta el día de hoy, he escuchado muchas veces frases como estas de parte de una mujer para referirse a otra, sobre todo si se trata de una posible candidata a esposa de algún familiar. ¿Las has escuchado tú? Creo que en gran parte tiene que ver con nuestra cultura latina, pero las implicaciones van mucho más allá de un asunto de idiosincrasia.

¿Por qué crees que se dicen estas cosas? Quizá podamos dar muchas razones, pero creo que una sobresale. El asunto es que se ha ligado nuestra identidad a la manera en que tenemos nuestra casa, nuestros hábitos de limpieza y organización. Y, antes de que pienses que estoy abogando por vivir en total descuido, ¡nada más lejos de la verdad! Me gusta el orden, la limpieza y creo que la Biblia nos deja claro que la haraganería no es una virtud (Proverbios 24:30-34). Sin embargo, la identidad de una mujer cristiana no está en la limpieza de su casa, ni en ninguna otra cosa semejante.

Es muy fácil creer que seremos mejores mujeres, más dignas de elogio, más adecuadas para el matrimonio y la creación de una familia en base a nuestro desempeño en el hogar, y en base a eso fomentar quiénes somos. ¿Por qué? Porque está ligado a «hacer» y no a «ser». El ser humano siempre ha querido que lo definan en base a lo que hace. De ahí que muchas veces cuando nos piden que hablemos un poco de nosotros, casi siempre la respuesta se va a títulos universitarios, cargos, etc. Y en el caso de la mujer, nuestra mente por defecto corre a estas cosas, lo que hago en mi casa, lo que hago por mi familia, lo que hago en mi iglesia, etc.

Lo más sorprendente es que, incluso después de venir a Cristo, seguimos contemplando pensamientos similares. Seguimos creyendo que nuestra identidad está en hacer, y seguimos creyendo que solo siendo una súper mujer, que reúna todas y cada una de las cualidades que se listan en Proverbios 31, seremos una «excelente mujer cristiana».

Déjame volver a aclarar algo, nada de malo en querer ser una mujer virtuosa, eficiente en su hogar, organizada, buena administradora. Todas esas cosas son cualidades que podemos cultivar, ¡pero no nos definen! Sea que tu casa luzca como de Pinterest o que ahora mismo parezca un caos porque tienes niños pequeños que riegan juguetes, o eres madre soltera que tiene que hacer malabares para cumplir con un trabajo fuera de casa y con el trabajo dentro de casa, ¡tú no eres lo que muestra tu casa!

Cristo te ha hecho coheredera de la gracia, adoptada en la familia de Dios, nueva criatura. No hay condenación para ti si la casa está más o menos limpia; si eres más organizada con menús de la semana, o si a veces tienes que preparar sándwiches porque no hubo tiempo para más. ¡Eres libre de la atadura de una identidad ligada a lo que haces porque Cristo es tu identidad!  

Estamos viviendo en un mundo que nos hace creer que somos menos si no tenemos hijos con ropa coordinada, cenas con cinco platos ¡todos saludables!, y muchas otras cosas más. ¿Sabes? Yo también caí presa de esa falacia, al punto de que ver ciertos programas de televisión me provocaba un descontento con mi casa porque no lucía igual. A veces también he vuelto locos a los míos en un afán de que todo esté en un orden extremo porque viene visita.

¿Sabes cuál es el problema? Que creemos que será nuestra casa, o nuestra apariencia, etc., lo que nos dará definición. Queremos causar una buena impresión. Y eso tiene muchas otras aristas, nos lleva a comparar, nos lleva a inconformidad, nos lleva a dejar de disfrutar la bendición que tenemos delante, a quizá prestar más atención a la casa que a las personas que viven dentro. ¡Nos esclaviza!

¿Hay algo de malo en querer que la casa luzca bonita, esté limpia, preparar una mesa linda para los invitados y cosas semejantes? ¡No! Y me gusta. Pero he entendido que es pecado ligar quién soy a esas cosas. Cristo es mi identidad. No lo que yo hago, ni mi casa, ni mi familia, ni mi trabajo, ni mi ministerio, ni mi ropa, ¡nada!

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.” (Efesios 2:10)

Así que, mi querida lectora, es mi oración que estas palabras hablen hoy a tu corazón si de alguna manera has caído o estás cayendo en la trampa de ligar quién eres a algunas de estas cosas. Recuerda, como mujeres, en nuestros diferentes roles, podemos «hacer» pero nunca sin olvidar que eso es una consecuencia de «ser».

Loading controls...