¿Cuál crees que es el trabajo más difícil del mundo? ¿Físico nuclear? ¿Neurocirujano? ¿Ingeniero de la NASA?
Yo creo que el trabajo más difícil que hay en el mundo es ser mamá. O al menos lo es para mí.
He tenido muchos trabajos diferentes durante mi vida con diferentes grados de responsabilidad y exigencia. Y antes de ser madre, menospreciaba a las mamás que se quedaban en casa ¿Cómo no van a poder salir a trabajar? ¿Acaso no quieren seguir “superándose como mujeres”?
Sí, lo sé, puro pensamiento “moderno y europeo”. Hasta yo me avergüenzo de haber pensado así.
Pero ahora que soy madre, obviamente, mi forma de pensar es diferente. Radicalmente diferente.
Ser mamá es muy exigente. Es un trabajo de 24 horas al día, 7 días a la semana. No tienes vacaciones, tienes que tener conocimientos en educación, psicología, enfermería, relaciones públicas, monitora de tiempo libre (y muchos más), tienes que estar siempre disponible, tienes que amoldar tu agenda a las necesidades de otros. Tienes, en definitiva, que dar, dar, dar y dar un poco más.
Y es agotador. Y frustrante. El día comienza y soy súper mamá: besos, abrazos, sonrisas, buenas intenciones… Pero luego vienen los malos comportamientos, las peleas, las demandas, los lloros, el cansancio, los suspiros y termina el día conmigo convertida en la abominable mamá de las nieves. Igual que El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. Doble personalidad. Una mamá es capaz, en 24 horas, de ser lo mejor y lo peor del mundo.
Lo peor de todo, sin embargo, es esa sensación que se te queda de estar haciéndolo todo mal. De estar equivocándote una y otra vez. De ser una mala madre. De no hacer un impacto positivo en la vida de tus hijos… de fallar.
En estos días leía una cita de Renee Swope, de Proverbs31 Ministries, que decía: “Que falle no significa que sea un fracaso”.
Y hoy tan solo quiero recordarme a mí misma esa frase y animarte en tu día y decirte: mamá, que falles, no significa que seas un fracaso. Que te equivoques no quiere decir que no sirvas. Que tu día a día no sea perfecto, que tu casa esté hecha un desastre, que haya veces en que tus hijos te saquen de quicio, que haya momentos en los que no puedes ni respirar, no te convierte en una mala madre. Ni en un fracaso.
Muchas veces pensamos que el esfuerzo no merece la pena, que invertimos tanto, pero tanto tiempo y esfuerzo y ganas ¿y para qué? Déjame decirte que Dios te tiene en un lugar único. Dios te ha entregado a tus hijos para que tú, tú, seas su madre.
Hay un versículo al que recurro mucho cuando mi día es un caos (lo tengo pegado en la pared de mi cocina para verlo constantemente):
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría”, Salmo 90:12
¡Ah, Señor!
…Dame sabiduría.
…Ayúdame a ser paciente.
…Pon en mi boca palabras de amor para mis hijos.
…No permitas que pierda el gozo.
…Recuérdame que Tú me has entregado a estos niños.
…Enséñame a vivir como Tú quieres.
Con mis propios hijos, me he dado cuenta de que el mal comportamiento, los problemas… muchas veces vienen por mí, por mi actitud, por mis “obligaciones”, por querer mantener mi agenda sí o sí, por mi necesidad de perfección. Y, muchas veces, el caos se arregla dejando todo a un lado y tomándome un rato para jugar con mis hijos, para tumbarlos al suelo y hacerles cosquillas, para acurrucarme junto a ellos y leerles un libro o ver una película…
… con estar con ellos.
No sé cómo son tus días, no sé cuántas obligaciones tienes. Pero si hoy estás luchando con tu papel como madre quiero animarte. Lo que estás haciendo es importante. Tu día a día, tu rutina, tu cansancio, no pasan desapercibidos para Dios. En el momento del caos, recurre a Dios, pídele sabiduría, pídele paciencia, pídele gozo. Pídele que te ayude a recordar que tus hijos son una bendición. Que te ayude a darte cuenta de que ser mamá es el trabajo más difícil del mundo…
…pero también el más importante.