El valor de la Navidad

Belén, en la actualidad, sigue siendo una ciudad de elevado significado para los cristianos de todo el mundo. Hace más de dos mil años ocurrió algo extraordinario en aquella pequeña localidad cercana a Jerusalén, apenas a nueve kilómetros de ese centro del poder de Palestina y enclavada en los montes de Judea.

Una estrella en el firmamento anunció el nacimiento, en un humilde pesebre, de un niño muy especial, hijo de José y María, quienes habían arribado días antes a esta pequeña ciudad provenientes de Nazaret. 

Las Escrituras señalan que un Ángel anunció Su nacimiento con gran júbilo frente a unos pastores que estaban con sus rebaños de ovejas en un campo cercano. A ellos les dijo: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad".

Un acontecimiento que marcaría de manera determinante un antes y un después en la historia de la humanidad.

En la actualidad, dos mil años después de aquel memorable acontecimiento, aunque Belén ha crecido como ciudad continúa siendo relativamente pequeña. Tanto en el campo de los pastores como en el lugar que marca la tradición como el sitio del nacimiento de Jesús, hoy se han erigido dos hermosos templos que son visitados por peregrinos de todas partes del mundo.

Un amigo israelí me acompañó hace algunos años a visitar ambos lugares. Una sensación indescriptible, crisol de alegría, gratitud y regocijo conmovió mi alma en ambos lugares. Pero fue una reflexión muy sencilla –como hermosa e impactante– compartida por un fraile franciscano, la que me hizo darle un valor muy especial no solo a aquellos significativos lugares de Tierra Santa, sino a la validez enorme de la Navidad. 

En medio de lo que se ha convertido la época de Navidad en muchos países de Occidente, donde prevalece el ambiente de fiesta banal, el consumo y despilfarro, el gasto y el materialismo, las familias cristianas deben recuperar la esencia de la Navidad, la celebración del nacimiento de Jesús y su mensaje de amor, esperanza, paz y perdón.

Si hay algo hermoso y fundamental por evocar en familia durante la Navidad, es el amor que debe primar entre todas las personas de buena voluntad, y principalmente entre los miembros del hogar. La esencia de Dios es el amor y es el amor el que debe reunir a la familia en torno a una mesa en Noche Buena para reafirmar los valores que los identifica. Es el amor el que debe unir el corazón de un padre o de una madre con sus hijos, o acercar a un esposo a su cónyuge para fortalecer su vínculo.

Más que la entrega de regalos o la organización de actividades para disfrutar por un tiempo o pasarla bien unos días, el amor mostrado en pequeños gestos y detalles con la familia es lo que le permite a las personas fortalecer genuinamente las relaciones y asegurarse recíprocamente que se pueden contar los unos con los otros.

La Navidad también posibilita recuperar esperanza en medio de un mundo donde, en ocasiones, pareciera prevalecer el desánimo, las dificultades, las adversidades y el desaliento. El nacimiento de Jesús en un pesebre de Belén fue en sí mismo un mensaje de esperanza para toda la humanidad.

Las familias reunidas en Noche Buena deben recordar este mensaje de esperanza. En medio de los días tormentosos o de las difíciles travesías por las que se suele transitar, la estrella de Belén anuncia que siempre habrán despertares mejores, brazos que apoyen y corazones solidarios. Que es el hogar el lugar donde mejor se encuentra refugio para renovar energía y recargar fuerzas. Que no se está solo en medio de las dificultades y que se puede acudir a Dios para aliviar las cargas de la vida.

El espíritu de la Navidad también es en esencia un tiempo de paz. Por definición, lo contrario al nacimiento de Jesús es el conflicto, la discordia, el enojo, la disputa y el rencor. La Noche Buena es "noche de paz, noche de amor...", como lo dice el clásico villancico, donde debe prevalecer el abrazo cálido y sereno del amor conyugal y familiar.

Es cierto que, lamentablemente, existen muchos hogares envueltos en discordias y conflictos, muchas familias divididas y distanciadas por rencores y resentimientos, pero justamente evocando la paz contenida en la esencia del mensaje de Jesús, es como se puede encontrar esa paz perdida o adormecida en muchos hogares y hacer sobrevenir la reconciliación y la paz sobre el enojo y la disputa.

Pero sobre todo, en la Navidad, debe haber perdón, porque si algo debe evocarse con el nacimiento y el propósito de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, es el significado y  la dimensión del perdón para la humanidad. 

Por eso es que si hay un tiempo especial para pedir perdón y para perdonar a los demás, ese es, precisamente, durante la Navidad. El perdón acerca a las personas, a los miembros de las familias, elimina las cargas y libera los resentimientos de todos. 

Aquella reflexión del fraile franciscano me impactó profundamente. Fue una recuperación del significado especial del amor, la esperanza, la paz y el perdón que deben estar presentes en los corazones de todas las personas que evoquen y celebren la Navidad. Me parece que es ese el verdadero valor y significado del nacimiento de Jesús, y lo que debe nacer en cada corazón y en cada hogar cuando celebremos la Noche Buena.

Por Jesús Rosales Valladares

 

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