“…y el corazón del sabio conoce el tiempo y el modo. Porque para cada deleite hay un tiempo y un modo…”, Eclesiastés 3: 5b-6.
La velocidad podía hacernos perder la oportunidad de adorar al Señor y darle gracias al contemplar la belleza de Su creación; en ese caso, un remedio que tenemos al haber pasado por alto el despliegue de Su gloria en cada tramo de la carretera, es devolvernos y hacer nuevamente la ruta que ya anduvimos proponiéndonos observar cada detalle que nos pasó desapercibido.
Pero hay una carretera por la cual nunca podremos volver a transitar para recuperar los “paisajes” perdidos, y es ver crecer a nuestros hijos, acompañarlos en su aprendizaje, verlos desarrollarse en cada una de las etapas de su vida.
Reconozco que cuando estamos envueltas en todas esas tareas del cuidado de los bebés, la lactancia, los primeros dientes, las primeras palabras, los primeros pasos, los primeros golpes, los constantes viajes al pediatra, el aprendizaje diferente cada año, los retos con los adolescentes… el trayecto nos parece interminable y cuesta arriba. Al final del día, nos sentimos extenuadas, sin fuerzas, cansadas, y si alguien se atreve a decirnos “¡disfruta este tiempo!”, quizás pensemos que esa persona ha perdido la razón.
O nos puede parecer un cliché cuando nos recalcan “disfrútalos porque los hijos se van rápido”. En nuestro interior nos preguntemos “¿rápido? ¡si apenas tiene ‘x’ años, falta mucho trecho por andar con todas las responsabilidades diarias y constantes que implica!”.
Pero la verdad es que aunque cada etapa de la maternidad conlleva sacrificios, dedicación, esfuerzos y, sobre todo, ¡no tener horarios!, debemos evitar centrarnos en que se trata simplemente de tareas porque nos abrumaremos, impidiéndonos disfrutar la belleza de este hermoso paisaje, de paredes con manitos pintadas, caritas sucias, desorden en la casa. Llegará un día que todo estará en orden, impecablemente ordenado. Y extrañarás aquellas tardes de verano, con sus ruidos, paseos, amigos.
Necesitamos que el Señor nos ayude a disfrutar el “paisaje” de cada una de las etapas del crecimiento de nuestros hijos porque, cuando salgan del hogar, podría ocurrirnos que al escuchar otras madres contar cómo vieron a Dios obrar en las diferentes edades de sus niños, sus anécdotas y experiencias, nos cuestionemos “¿Y de eso se trataba? ¡Me perdí lo mejor del viaje! ¿Dónde estuve yo? ¡Sólo recuerdo las interminables tareas y mi cansancio!” Y entonces nos demos cuenta de que no podemos volver atrás para recuperar lo perdido, pues esos tramos de la carretera se cerraron para siempre.
Efesios 5:15-17 dice, “tened cuidado cómo andáis; no como insensatos, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no seáis necios, sino entended cuál es la voluntad del Señor”.
Al dejar el hogar ¿llevarán en su mente las constantes quejas, pleitos o ausencia de su madre? O por el contrario, ¿recordarán que fue su madre quien por primera vez les presentó a Cristo?
Si ya tus hijos se fueron y hoy te das cuenta que la velocidad con que viviste mató el paisaje de tu relación con tus hijos en sus diferentes edades, puedes venir en arrepentimiento delante del Señor así como pedirles perdón a ellos. Además, aprovecha tu experiencia para aconsejar a las madres jóvenes que podrían estar cometiendo el mismo error que tú.
Por Isabel Andrickson