Entrenamiento espiritual para almas agotadas

Camino agarrada de la mano del hombre a quien amo. El sol dorado del anochecer toca con sus rayos el campo de centeno mientras que nosotros damos vueltas en tranquila satisfacción. Mi esposo me conoce muy bien. Mi sensible naturaleza ha sido herida y yo aún sentía los efectos del golpe. Muchas veces quisiera tener una coraza más fuerte, pero me rehúso a formar callos que le cierren las puertas a las personas dejándolas fuera. Pero estoy cansada y se siente un poco difícil.

“Es como un músculo que debes entrenar”, me dijo suavemente. “Tienes que continuar ejercitándolo hasta que se te haga fácil”.

Su comentario me llevó a pensar aún más sobre el entrenarnos para la piedad. Cada elección –sin importar lo pequeña que sea- es como cuando flexionamos un músculo. El apóstol Pablo animaba a su hijo espiritual, Timoteo, “a entrenarse para la piedad” (1 Timoteo 4:7). Y yo me pregunto si el entrenamiento parece ser más sencillo de lo que nos imaginamos.

Tan raro como pueda sonar, muchas veces necesitamos ver las cosas en menor escala. Nuestros anhelos de tener experiencias extraordinarias nos pueden cegar a la oportunidad que está delante de nosotros. Aun buenas ambiciones requieren pequeños pasos primero. Antes de escalar una montaña, debes de entrenar los músculos. Y muchas veces encontrar la motivación correcta para “el entrenamiento personal” es más difícil de lo que te imaginas.

La gracia de Dios es mucho más que una experiencia única de bendición.

¿Te quitan el ánimo las metáforas atléticas sobre la espiritualidad? Quizás tú estés luchando en tu vida espiritual y no te imaginas cómo vas a poder hacerlo con más energía.

Los cristianos sentimos el tirón de la fuerza del pecado porque vivimos en una tensión que muchas veces es llamada “el ahora, pero todavía no”. El sacrificio de Cristo por nuestros pecados nos ha hecho “perfectos”, sin embargo aún estamos “siendo santificados” (Hebreos 10:12-14). Nuestra posición delante de Dios es santa, pero aun en la práctica luchamos con el pecado- con ambos, nuestro pecado y el de los demás.

Recuerda que hay gracia para este momento. La gracia de Dios no es agotada en la justificación, sino que se desborda en la santificación.

Pablo lo describe cuando dice:

“Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico… ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” Romanos 7: 19,24

Todos sentimos esta tensión de no ser lo suficientemente buenos y una frustración que lucha con lo que todavía parece que no conquistamos. Recuerden que hay gracia para ese momento. La gracia de Dios no se agota por la justificación, sino que se desborda en la santificación. Así es que podemos responder con Pablo, “¡Gracias sean dadas a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” Romanos 7:25

Por Christel Humfrey

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