“Es que mi hijo es así”

Uno de los errores más frecuentes en la enseñanza de valores es segmentar la instrucción, porque pensamos que ésta no debe ser igual para todos nuestros hijos. De allí nacen excusas como “Pero mi hijo es diferente”, “Así es él”, “Déjalo, es hombre”, “Es su carácter”. Sin embargo, son completamente inaceptables.

Más de una vez hemos escuchado a los papás lidiar con la timidez del niño diciendo: “Lo siento, es que no saluda porque es muy tímido, mil disculpas”. ¿Qué encontramos aquí? Que esto es inaceptable, nos aleja a una condición incivilizada.

Sin embargo los padres abdican a su deber de proveer enseñanza moral a todos los niveles y en todos sus descendientes. Y es allí cuando dan la espalda a la única fuente legítima y significativa de valores: La Palabra de Dios. Esta verdad absoluta la sustituimos por los valores personales y por nuestro juicio que infaliblemente determina que “como mi hijito es tímido, no importa que no salude, no lo voy a obligar”.

Entonces, empieza el deterioro en el comportamiento de los pequeños, quienes empiezan a buscar el máximo placer personal con la menor cantidad de esfuerzo.

Efesios 6:1-4 dice: “Hijos obedezcan a sus padres porque ustedes pertenecen al Señor, pues esto es lo correcto…” Los primeros versículos del texto que acabamos de leer es un bálsamo para todos los padres.

Claramente dice “Hijos, obedezcan a sus padres”. No hay lugar para dudas o para mayores interpretaciones. Es la indicación clara y precisa de Dios que se puede colgar en un cuadro en la sala y así nuestros hijos, educados en la fe desde pequeños, serán obedientes y todo será maravilloso… ¡La obediencia reinará en casa!

Sin embargo, después de saborear el apoyo incondicional del Señor en el tema de la crianza de los hijos, descubrimos que de la misma manera que Él demanda algo puntual de nuestra descendencia, también demanda algo puntual de nosotros: “Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor”.

¡Oh sorpresa! También es un mandato para los padres no hacer enojar a sus hijos y criarlos bajo un solo estándar. A partir de aquí las preguntas caen por su propio peso: ¿Estamos esforzándonos en criar a nuestros hijos según la instrucción dada? ¿Cuándo fue la última vez que hemos provocado enojo en ellos? ¿Estamos orientando correctamente nuestros esfuerzos?

Obedecer este mandato implica tener un gran dominio propio y mucha sabiduría en el momento en que nos dirigimos hacia ellos. Nuestro tono de voz, las palabras que utilizamos y los gestos de nuestro cuerpo (es decir, todo aquello que a veces creemos que no influye en nada), determinarán la reacción de nuestros hijos. Esto no debemos olvidarlo jamás.

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