Fe que supera todo

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” – 1 Juan 5:4

Hace años encontré una oración que capturaba mi necesidad de Cristo a la perfección. La imprimí y la puse junto al cabecero de mi cama en mi dormitorio de la universidad.

“Querido Dios,

Hasta ahora lo he hecho bien.

No he murmurado,

No he perdido los nervios,

No he sido avariciosa, ni odiosa, ni egoísta, o indulgente,

Y estoy muy contenta por ello.

Pero en unos minutos, Dios,

Voy a salir de la cama.

Y de ahí en adelante

Voy a necesitar mucha más ayuda.”

Por mí misma, soy una víctima de mi humanidad egoísta. He nacido en pecado y soy una esclava de mis pasiones en la carne. No importa cuánto intente vivir una vida justa, siempre terminaré derrotada y desanimada.

Afortunadamente, Cristo extiende Su misericordia a todas nosotras. 

Mientras estábamos atrapadas en el pecado, Él tomó nuestro lugar en la cruz y pagó la culpa por los pecados de toda la humanidad. Nuestro Campeón se levantó victorioso de la tumba y venció al pecado y a la muerte para siempre.

En el día en el que rindes tu vida a Jesús como Salvador, el Espíritu del Cristo resucitado viene a vivir en ti (Romanos 8:11). Su poder triunfador vive en ti constantemente. Ya no tienes que vivir una vida con el peso de la culpa, la duda y la vergüenza.

Por supuesto, no somos perfectas y sin pecado. Todavía tropezamos algunas veces, pero ya no podemos ser cautivas habituales del pecado. La fe en Cristo nos quita las cadenas porque ya no estamos batallando en contra del pecado con nuestras propias fuerzas. Cada pecado está cubierto por la sangre de Cristo. A medida que miramos a la cruz y reconocemos nuestra necesidad de Su perdón cada día, Él nos limpia de nuevo. Su poder liberador nos ayuda a decir no a nuestra carne y a continuar caminando hacia delante con total libertad y gozo. 

D.L. Moody describió de manera hermosa nuestra nueva posición en Cristo: 

“El que es nacido de Dios vence al mundo: se levanta sobre las tormentas y los elementos perturbadores de la carne y la naturaleza, y todo lo que ha salido de Cristo busca su propio elemento para renacer en vida eterna, como el ave que, cuando la tormenta agita la superficie del océano, cuando los vientos y las olas arrecian a cada lado de la vida, se levanta en calma sobre la tormenta y flota con seguridad y tranquilidad en esa atmósfera pacífica en la que se encuentra a sí misma en casa y descanso”.

Así que, no necesito esconderme bajo las mantas hoy. Sí, voy a enfrentar la tribulación. Sí, me voy a equivocar y voy a fallar de manera miserable algunas veces.

Mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo (1 Juan 4:4). Hermana, en Cristo eres más que vencedora. El pecado ya no te sujeta de manera permanente.

Sigue mirando a Jesús. La fe es la victoria que supera todo obstáculo.

Por Lyli Dunbar

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