El matrimonio no es un cuento de hadas. Es una empresa difícil de sobrellevar. Como tal, conlleva mucho trabajo, aprendizaje y flexibilidad. Su madurez se alcanza mediante el crecimiento progresivo de ambos cónyuges, sometidos a la dirección de Dios.
A tal razón, no existe una fórmula mágica para que funcione bien. Ni siquiera todo el amor del mundo es suficiente. Se requiere de una tremenda inversión de tiempo, sacrificio y paciencia a largo plazo para que pueda rendir sus mejores frutos.
Pero sobre todas las cosas, toda relación sana y de provecho parte primero de una buena relación con Dios. Proverbios 16:7 dice que: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”. Si esto es aplicable en el caso de los enemigos, ¿cuánto más con el esposo?
Erróneamente muchas mujeres están más interesadas en su matrimonio, que en su relación personal con Dios. Y este es la principal causa por la cual su matrimonio no puede funcionar bien. El Salmo 127:1 dice: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican...” Efesios 5 nos presenta una tríada en la relación matrimonial: Cristo, el hombre y la mujer. Y Eclesiastés 4:12 nos presenta un nudo al decir que: “Cordón de tres dobleces no se rompe pronto”.
Entonces, para guardar tu matrimonio:
- Debes afirmar primeramente tu relación con Cristo. Ni aun tu esposo debe interferir en ella.
- Dios debe ser el fundamento de tu relación.
Efesios 3:19 dice que: “la plenitud de Dios en nuestra vida parte de nuestra relación con Cristo”. Cuando no es así, como Israel pasamos 40 años dando vueltas en el desierto de la infelicidad, sin llegar a experimentar jamás la plenitud y la delicia que Dios dispuso para el matrimonio.
De ahí que el Señor debe ser el PRINCIPAL común denominador de nuestra vida espiritual y matrimonial.
Génesis del 1-3 nos enseña que Dios creó varón y hembra. Y segundo, que los unió “en matrimonio”.
En primer lugar, no podemos esperar, reclamar, ni soñar con las promesas o bendiciones del matrimonio en una relación de unión libre, pues Dios jamás aprobará el pecado.
En segundo lugar, el hombre y la mujer deben:
- Conocer su rol, y
- Sujetarse a Él en su pleno cumplimiento
¡Cualquier desvío solo traerá malas consecuencias!
El no conocer las responsabilidades de cada miembro de la pareja es el problema número uno entre hombres y mujeres. El segundo es no establecer límites o respetarlos.
Debemos dejar que el hombre sea hombre. No le quites las cosas de las manos para hacerlas tú. Déjalo cargar con su responsabilidad. Él fue creado para eso. No le facilites las cosas ni te la eches tú encima. Déjalo ser el líder que Dios propuso:
- En la provisión
- En lo espiritual
- En lo conyugal
Apóyalo. Pero déjalo hacer y sentir el peso de su responsabilidad:
- Ante Dios como líder
- Ante sí mismo como hombre, y
- Ante ti como esposo.
¡Eso es ser hombre!
Demasiadas mujeres viven cargadas y amargadas porque ellas solas están llevando el matrimonio. Concéntrate en hacer tu parte (Gálatas 6:5). Sujétate a tus responsabilidades como mujer y cúmplelas con alegría, mientras respetas las de tu esposo como a las señales de tránsito.
¿Qué ocurre cuando un carro, un tren, un avión o un barco se mete en el carril contrario? Problemas:
- Choques
- Heridas
- Desastres que afectan a otros (hijos, familiares), y
- Hasta muerte (de la relación)
Entonces, guarda tu matrimonio:
- Poniendo a Dios en el fundamento
- Protegiéndolo de ti y de tu esposo
- Conociendo los roles de cada uno, y
- Respetando las responsabilidades y límites dispuestos por Dios
Como dijera Benito Juárez: “El respeto al derecho (responsabilidad) ajeno (a) es la paz”.
¿Cómo está tu matrimonio? ¿Qué medidas tomarás para que funcione bíblicamente?