Cuando vemos a Dios más claramente, nuestra pecaminosidad se ilumina. Dios se movió de gran manera en Irlanda en los años 1800s. Un testigo dijo que la convicción de pecado era tan intensa que los pecadores se sentían movidos a gritar en agonía. A menudo clamaban “impuro, impuro”.
La Biblia nos enseña que esa era la manera en que debían gritar los leprosos cuando se acercaban a alguna persona. Un leproso que se encontró con Jesús le dijo “Si quieres, puedes limpiarme”. Ese hombre sabía cuán desesperado estaba. Jesús le respondió “Quiero. Sé limpio”.
Él quiere decirnos lo mismo a nosotras, si estamos dispuestas a admitir cuán impuras realmente estamos. Cuando nos damos cuenta de eso, podemos apreciar mejor el sacrificio que Jesús hizo en la cruz por nosotros.
¿Pedirías a Dios que avive tu corazón? Pídele que te muestre áreas que no están limpias y luego confiésalas a Él con un corazón quebrantado.