La entrega incondicional

Leer 1 Reyes 20:1-4

Dar poder absoluto sobre nuestra vida a otro ser humano sería una posibilidad aterradora. Pero aceptar y reconocer la autoridad del Señor sobre nosotros es conveniente y correcto.

La entrega incondicional significa:

- Rendirnos —incluyendo todo lo que tenemos y todo lo que somos— al señorío de Cristo. Se trata de una identificación con Él en la que nosotros mermamos y Él crece. Primero nos entregamos a Él y después vivimos en obediencia.

- No poner límite en lo que estamos dispuestos a hacer o llegar a ser. Esto significa que en nuestra vida no hay áreas restringidas en las que el Señor Jesús no esté invitado, que no hay nada reservado para nuestro uso exclusivo y que no hay nada que le impidamos tocar. Nos ponemos totalmente a su voluntad —cuándo, dónde y cómo Él decida.

- Transferir a Cristo la propiedad de nuestro cuerpo, alma y espíritu. Al hacer esto, aceptamos como nuestros propios valores los preceptos de las Bienaventuranzas (Mateo 5:3-12), el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23), la jerarquía del reino (Marcos 9:35), el sufrir por causa de Cristo (1 Pedro 4:13) y morir a nuestro propio yo (Gálatas 2:20).

Una razón por la que tendemos a no rendirnos es el temor: ¿Qué me exigirá el Señor que haga? Otra piedra de tropiezo es el egocentrismo: Me gusta tener el control de mi agenda y de mis planes a largo plazo. Un tercer obstáculo es el orgullo: Yo sé lo que Dios quiere que haga, pero ¿Él no puede ver cómo pudiera eso afectar mi reputación?

¿Qué le impide entregarse al Señor Jesús y clamar: “Por favor, toma el control total de mi vida”?

 

Loading controls...