La leche, la Palabra y yo

Estoy convencida de que en mi familia hay algún gen que codifica "no gusto por la leche". Mi abuela me cuenta que mi mamá, cuando ya era más grande, la botaba por el tragante del agua. Para mí tomarla ha sido siempre como una medicina, de una vez y sin parar. Y en el caso de mis hijos es medio parecido.

Cuando Daniela era bebé tomaba mucha leche, pero en cuanto dejó el biberón, perdió su interés en ella. Nathan ha sido diferente, ni con biberón ni sin biberón. La leche no figura entre sus alimentos predilectos. Sin embargo, hay una leche en particular que sí le gustaba y cuando abría sus ojos por la mañana, lo primero que decía es: “¿Hay leche de ositos?” No, no toma leche de osa, es una leche que en el envase tiene dibujado un osito de peluche.

Todo esto vino a mi mente el otro día cuando leía un pasaje de la primera carta de Pedro y que dice así: “…deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación, ahora que han probado lo bueno que es el Señor” (1 Pedro 2:2-3). La palabra de la que habla el pasaje es la Palabra de Dios. Y al leerlo yo recordé con cuántas ansias mi hijo pedía en la mañana su “leche de ositos”.

Cada día cuando me levanto, casi que por inercia llego a la cocina directo a la cafetera y preparo mi taza de café, luego le añado un poquito de leche, el azúcar moreno y una pizca de canela. Es una rutina que ansío cada día. Y cuando me falta, como hoy, hace que pase el resto del día pensando en mi taza de café. 

¿Cómo cambiaría mi vida si cada mañana yo me levantara con esas mismas ansias por la “leche pura de la Palabra”? Hay días en los que nos resulta muy fácil, ¿no es cierto? Nos levantamos muy dispuestas a pasar un tiempo a solas leyendo la Palabra. Otros, no tanto. E incluso hay otros en que sí estamos dispuestas pero en el momento en que nos sentamos a leer la Biblia, algo sucede. Suena el teléfono, un niño nos llama, recordamos algo “muy importante” que tenemos que hacer, la computadora indica que llegó un nuevo correo electrónico, etc.

La lectura de la Biblia siempre tiene competencia. El enemigo de nuestras almas sabe que mientras más conozcamos de la Palabra, mejor conoceremos a Dios y más difícil le resultará a él engañarnos o distraernos. No por gusto la propia Biblia dice que la Palabra de Dios es como una espada. Es un arma a nuestro favor.

Te confieso que, luego de probar un montón de estrategias humanas diferentes, solo una me ha dado resultado para “ansiar la leche pura de la palabra”. ¿Cuál? Pedírselo a Dios mismo. La lectura es una de las cosas que más disfruto, pero por mucho tiempo en mi vida he luchado para leer la Palabra de Dios. Un día decidí pedirle a su propio Autor que me diera el deseo constante de leerla, de apasionarme por ella, que cada vez que la tomara en mis manos ésta cobrara vida y yo pudiera entender su mensaje con claridad y ponerlo en práctica.

Dios es fiel a Sus promesas y Él ha prometido que si pedimos algo conforme a Su voluntad, Él nos va a responder. Y, por supuesto, el que lleguemos a conocerle por medio de su Palabra es parte de la voluntad de Dios. De manera que Él respondió a la petición de alguien como yo que por años había batallado con el deseo de sentir ansias por esa “leche pura”.

Todavía batallo con las interrupciones y todavía hay momentos en los que ansío más mi taza de café… pero Dios es bueno y con mucha paciencia enfoca mi corazón en lo que realmente satisface mi alma y, como dice el versículo que mencioné al principio, me hace crecer en mi salvación.

Te propongo un desafío: prueba a Dios en esto. Pídele que ponga en ti las ansias por su Palabra. Pídeselo cada día. Te garantizo que no te defraudará. 

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