¡La lengua!

Mi esposo y yo habíamos hecho varios planes para ese día, pero como dice el refrán, se volvieron sal y agua. En honor a la verdad, no me duele tanto que nuestros planes se desvanecieran como el haber perdido la batalla… una vez más. Por supuesto, el enemigo de nuestras almas no perdió tiempo en recordarme mi derrota. “¿Qué batalla?”, dirás tú, la batalla conmigo misma y con mi lengua. El haber dicho cosas de las que luego me arrepentí.

Mucho se habla sobre si las mujeres pronunciamos más palabras que los hombres en un mismo día y las estadísticas van desde el doble hasta tres veces más, pero no acaban de ponerse de acuerdo. En base a las mujeres que conozco, incluyéndome, coincido en que sí, normalmente hablamos más. Sin embargo, necesitamos aprender que la mujer sabia mide sus palabras, es decir, sabe cuándo hablar y cuándo no. Veamos qué dice Proverbios al respecto.

“El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua”, Proverbios 10:19.

No siempre he sido sabia en este aspecto. Más veces de las que quisiera recordar o admitir, he hablado de más o cuando no debía. Unos días después del mencionado incidente con mi esposo, Dios hizo que me “encontrara” con estas palabras en el Salmo 141: “Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios. No permitas que mi corazón se incline a la maldad, ni que sea yo cómplice de iniquidades…” (v. 3 y 4).

Las releí varias veces y pensé cuán bien entendía a David, el autor. ¡Yo también necesito un centinela, un guardia que me selle los labios y no me deje abrirlos cuando no deba! Lamentablemente, esto no es posible en el sentido literal de la frase. La única que puede hacer la función de centinela en este caso soy yo misma. O tú, si es que también tienes esta lucha. Por eso es mejor medir, sopesar las palabras antes de que salgan.

Si mi esposo hizo algo que me molestó, la reacción acalorada del momento pudiera producir palabras de las que después posiblemente me tenga que arrepentir… ¡por experiencia lo digo! Más vale refrenarme. Si estoy muy enojada con uno de mis hijos, es probable que las palabras que diga en ese momento no sean muy sabias. Es mejor dejarlo para después, cuando esté más calmada.

Creo que uno de los momentos en que más me ha confrontado el Espíritu Santo al estudiar la Biblia fue un día mientras leía Santiago, célebre ya por el asunto de la lengua: “Si afirmas ser religioso pero no controlas tu lengua, te engañas a ti mismo y tu religión no vale nada”, Santiago 1:26.

Me quedé así como quizá estés tú ahora, sin habla. ¡Hasta qué punto valora Dios nuestro hablar! No podemos tomar a la ligera las advertencias de Su Palabra. Dios toma muy en serio lo de refrenar nuestra lengua. No es cosa de juego ir por la vida diciendo todo lo que pensamos sin sopesar las consecuencias y dando rienda suelta a nuestra lengua, pero como vivimos en una sociedad que no sabe refrenarse, en ningún sentido, nos cuesta mucho.

Creemos que la libertad de expresión lo justifica todo. Sin embargo, en pocas palabras, el Señor nos dice por medio de Santiago que de nada vale todo lo demás que hagamos, a nombre de ser cristianas, si no ponemos freno a este músculo pequeño al que llamamos lengua.

Es crucial que escojamos sabiduría al hablar. ¿Cómo? Siguiendo el principio que nos da otro proverbio: “Como naranjas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo”, Proverbios 25:11. Estemos atentas a la oportunidad y pidámosle a Dios que nos enseñe a hablar a tiempo, en el momento idóneo… o a callar. El pastor de la iglesia donde crecí siempre decía: “Nunca me he tenido que arrepentir de lo que no he dicho”. ¡Qué palabras tan sabias!

No siempre podemos decir todo lo que pensamos… o cómo lo pensamos. Necesitamos aprender a pensar antes de hablar. ¿Qué hacer entonces? Tenemos que entrenar nuestras mentes para que se detengan antes de hablar. El cerebro es un músculo y, como todo músculo, necesita ejercicios para dar su máximo potencial. En este caso en particular algo que me ayuda es hacerme las siguientes preguntas:

  • ¿Mis palabras son necesarias?
  • ¿Van a beneficiar o perjudicar?
  • ¿Podría expresarlo de otra manera, con amor y sin herir?

La Palabra de Dios nos exhorta a decir siempre la verdad. De modo que no se trata de que “adornemos” las cosas o que no seamos sinceras. Es cuestión de medir lo que digo y revestirlo de amor.

Es difícil controlar nuestra lengua, lo sé. Me gustaría poder decir que lo hago cada vez que abro la boca, pero estaría mintiéndote. Sin embargo, no es un imposible. Dios nos ha dado la capacidad. El dominio propio es parte del fruto del Espíritu Santo en la vida del creyente. Así que es cuestión de decisión. Digamos como el apóstol Pablo que, aunque no lo hemos logrado, proseguimos a la meta.

Por: Wendy Bello

Loading controls...