La obediencia de grandes mandamientos

El hecho de que no podamos ser santos por nuestros propios medios ni podamos alcanzar la salvación por nosotros mismos, no significa que debamos apagar al Espíritu y quedarnos de brazos cruzados.

Los cristianos que permanecen pasivos cuando Dios quiere que actúen, hablen y se muevan, me recuerdan a los soldados que deben montar guardia en lugares como la Casa de Gobierno. Están tan inmóviles que parecerían muñecos. ¡Cuántos niños que pasan quieren tocarlos para comprobar si "son personas de verdad"!

¿Qué sucede en su caso particular? ¿Se pregunta la gente si usted es un cristiano verdadero? ¿Acaso es posible seguir a Cristo y al mismo tiempo permanecer pasivo?

El primer paso en la vida cristiana es confesar que "Jesús es Señor" (Romanos 10:9). A medida que maduramos en nuestra fe, comprendemos más y mejor quién es Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores (1 Timoteo 6:15). En realidad llegará el día cuando "toda lengua confiese que Jesucristo es Señor" (Filipenses 2:11). ¿Por qué? Porque Dios el Padre le ha dado supremacía sobre toda la creación (Colosenses 1:18). 

Cada paso posterior en la vida cristiana está relacionado con la obediencia a Jesús como Señor. El apóstol Juan nos dice: "En esto sabemos que le conocemos, si guardamos sus mandamientos" (1 Juan 2:3). O como reza otra versión: "¿Cómo podemos saber que le pertenecemos? Examinándonos por dentro y preguntándonos ¿estamos de veras tratando de obedecer sus mandamientos?". Hasta el punto que sepamos y creamos que Jesús es Señor, hasta ese punto le obedeceremos. La Biblia afirma que esto es "el temor de Dios".

El temor al Señor implica un miedo reverencial y respetuoso a Dios, y una lógica respuesta de obediencia. "Todos los que temen a Dios y confían en Él son indescriptiblemente bendecidos. Dichoso el hombre que se deleita en cumplir sus mandamientos" (Salmo 112:1).

Como cristianos, somos llamados a obedecer Sus grandes mandamientos. "Si me aman, obedézcanme" (Juan 14:15). Y Sus mandamientos no son meras sugerencias sino, precisamente, grandes mandamientos. Y porque Cristo es Señor de señores, tiene derecho a dejarnos tales mandamientos.

Cristo sabía que la obediencia de Sus discípulos dependía de la convicción de que Él era -y es- Señor. Por eso antes de ascender a los cielos, afirmó: "He recibido toda autoridad en el cielo y en la tierra". Él es Señor de señores. Y a Su declaración sumó la siguiente exhortación: "Por lo tanto vayan y hagan discípulos en todas las naciones. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer los mandamientos que les he dado. De una cosa podrán estar seguros. Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19-20).

A menudo llamamos a esto "la gran comisión" pero en realidad sus mandamientos siempre son grandes; no son pedidos triviales. El Señor no nos ha llamado a la pasividad sino a la acción. ¿Ha comenzado usted esa vida de acción a que ha sido llamado como cristiano? Siga con la mira hacia adelante, disfrutando de la emoción de obedecer los grandes mandamientos de Dios. Tenga parte activa siendo testigo de cómo otros entregan su corazón a Él.

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