La pasión de mi Dios

“Supongamos que una mujer tiene diez monedas de plata y pierde una. ¿No encenderá una lámpara y barrerá toda la casa y buscará con cuidado hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos y vecinos y les dirá: ‘¡Alégrense conmigo porque encontré mi moneda!’” – Lucas 15:8-10

En algún momento, todo hijo de Dios que quiera agradar a su Padre Celestial se hará esta pregunta: ¿Cuál es la pasión de mi Dios?

Durante tanto tiempo mi corazón fue cautivado por pasiones efímeras inspiradas por la cultura popular, las expectativas sociales o mis propios deseos de grandeza, que olvidé hacerme esta pregunta. Tan obsesionado con mis propias pasiones, que me olvidé de la pasión de Dios. Cuando en realidad llegará el momento en que toda pasión egoísta se desvanecerá como la neblina al amanecer y solo permanecerán las pasiones eternas, aquellas que se conectan con el corazón de Dios.

¿Cuál es la pasión de mi Dios? Si presto atención, esa pasión está impresa en el Evangelio, impregna cada página de la Biblia, está escrita con sangre. Al leer las tres parábolas de Lucas 15, encuentro un denominador común: Lo perdido y el buscador desesperado. La parábola de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del hijo perdido, me demuestran la obsesión de Dios por encontrar lo que estaba perdido. Encontrar al hombre. Ésa es su pasión.

Al leer el relato de la moneda perdida, pienso en esa mujer con su lámpara encendida como un reflejo del Espíritu Santo ardiendo en medio de la oscuridad de este mundo, buscando al hombre perdido. Al igual que ella, el Espíritu Santo no teme poner patas arriba una ciudad, sacudir las calles y barrer cada rincón, con tal de encontrar un perdido. Y, finalmente, llama poderosamente mi atención cómo esa mujer transmite su alegría a sus amigos y los convoca a una fiesta para celebrar su deseado encuentro. 

Querido lector, oye la voz del Espíritu Santo convocando a sus amigos, convocándonos a ti y a mí para que nos unamos a su santa obsesión, para que hagamos de su pasión nuestra pasión. Nos envía a encender una luz en medio de la densa oscuridad y buscar lo que está perdido en las esquinas de nuestra ciudad; esas personas que, aunque sucias por el polvo de la inmoralidad, la violencia y la mentira, siguen siendo valiosas para aquél que trabajó duramente en la cruz para poseerlas, para aquél que derramó lágrimas, sudor y sangre por ellos. Como su amigo, quiero darle un buen motivo para convocar otra fiesta en el Cielo, quiero encontrar a un perdido. Ésa es mi pasión eterna.

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