Lealtades Divididas (Parte 1)

“Pastor... perdóneme, pero el sábado no puedo ir con usted porque tengo que...”

Si usted es pastor, diácono o líder de algún departamento de la iglesia, seguramente habrá escuchado cien finales para esta frase/excusa.  El final más común todavía sigue siendo “...trabajar”.

Este tipo de comentarios me hacer recordar una historia risueña que leí en algún lado. Un tal  José le escribe una notita de amor a su novia Rocío:

Querida Rocío,

Sólo quería que supieras que mi amor por ti no tiene límites. Rocío, yo estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti: subiría a las montañas más altas, bajaría a los valles más bajos, cruzaría los océanos más anchos, volaría hasta los confines del mundo con tal de ver tus preciosos ojos. Rocío, te quiero asegurar que te quiero como nunca he querido a nadie antes...

Te ama, José.

PD:  Rocío...  te veo el domingo... si no llueve.”

No sé si usted se identificará en su vida de pareja con la pobre Rocío, pero aquí nuestro buen amigo José sufre de un serio caso de esquizofrenia amorosa: por un lado, está dispuesto a ir hasta los confines del mundo por su amada, ¡pero si caen un par de gotas, el hombre no asoma un pelo fuera de su casa!

Ese es uno de los problemas que sufrimos los cristianos latinoamericanos el  día de hoy:  decimos que “sí”, pero significa “no”; decimos que “no”, pero es “sí”; el domingo cantamos “Tuyo es el Reino...” pero para el martes nuestra actitud con Dios es de “si te he visto, no me acuerdo”.

Somos rápidos para cantar, saltar, palmear, caer al piso, levantar nuestras manos o pasar al frente. Pero cuando la hora de probar nuestra integridad y nuestro compromiso como cristianos llega, nuestra actitud no alcanza ni a la mitad de nuestras palabras.

Una de las áreas donde más claramente se ve esta “dualidad de lealtades” es en el área económica. La razón es que, como bien lo dice Larry Burkett, presidente y fundador de Conceptos Financieros Cristianos, “la forma en la que manejamos nuestras finanzas es una expresión externa de una condición espiritual interna.”

Nosotros y nuestro dinero

En el último libro escrito por el famoso investigador social Barna, llamado “How to increase giving in your church” (Cómo aumentar las ofrendas en su iglesia), el conocido autor revela que en la iglesia protestante de EE. UU. sólo entre un 3% al 5% de la membresía trae el 10% o más de sus entradas de dinero al templo. Entre aquellos adultos que asistieron con cierta regularidad a la iglesia durante 1996, el 37% (uno de cada tres), ¡no dio ni un peso a la obra del Señor en todo el año!

Además, en un estudio hecho por Conceptos Financieros Cristianos hace algunos años atrás, se descubrió que casi la mitad (el 40%) de los cristianos que participaron en el estudio estaban regularmente gastando más de lo que ganaban y el endeudamiento promedio (incluyendo la hipoteca de su casa) de una persona con una edad media de 28 años era de ¡66 mil dólares!

La realidad es que las estadísticas económicas dentro de la iglesia no son muy diferentes de las estadísticas económicas fuera de la iglesia.

Cuando se trata de ir a la iglesia, leer la Biblia o alabar a Dios con cánticos y danzas, somos unos “leones” (o “leonas”).  Pero cuando se trata de cuestiones económicas, que muestran cómo interactuamos con el mundo, o cómo somos en nuestra vida “de lunes a viernes”,  muchos de nosotros vivimos bajo los mismos principios de vida que cualquiera de nuestros vecinos.

La Palabra nos confronta

En el capítulo 16 de San Lucas, después de haber contado cómo el administrador infiel le había robado a su jefe, el Señor Jesucristo nos da un principio eterno de administración integral:  “El que es fiel en lo muy poco”, dice Jesús, “también en lo más es fiel; y el que en lo que muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10).

Creo firmemente que la forma en la que manejamos nuestra vida económica es, justamente, una de esas áreas “de lo muy poco” en nuestra vida. Es un área escondida a la que casi nadie tiene acceso. Nuestros principios éticos en el área financiera no son tan obvios como nuestra asistencia a la escuela dominical, como nuestra participación en la alabanza e, incluso, como nuestros diezmos y ofrendas.

¿Quién sabe cómo gastamos nuestro dinero? Es un área oculta y secreta. Muchas veces ni siquiera nuestros cónyuges saben cómo manejamos las finanzas de la casa. Y si la esposa no sabe cómo se maneja el dinero del hogar, ¡mucho menos los diáconos o los pastores! La forma en la que manejamos nuestro dinero, entonces, forma parte de nuestra vida secreta: una zona inaccesible en la que no le tenemos que rendir cuentas a nadie. Pero el Señor continúa recordándonos: “el que en lo muy poco es injusto...”

Recuerdo la historia de una señora que sabía que su suegra la vendría a visitar en cualquier momento, pero tenía su casa hecha un desastre. Entonces, empezó a juntar toda la basura que encontraba y a colocarla debajo de la alfombra. La basura de la cocina... debajo de la alfombra.  La basura del comedor... debajo de la alfombra. La basura de los cuartos... debajo de la alfombra.  Hasta que, al final, todo lucía presentable. El único problema fue que cuando llegó la suegra, lo primero que hizo al entrar fue tropezarse con la alfombra y ¡dejar toda la basura al descubierto!

Lo mismo nos ocurre a nosotros.  Sabemos que tenemos “basura” en nuestras vidas, pero como no queremos o no tenemos la valentía de confrontarla y limpiarla, la ponemos debajo de la alfombra emocional. Cuando encontramos más basura, ahí va: debajo de la alfombra... hasta que el día menos pensado llega el pastor a casa y ¡nos levanta la alfombra!

Ahí es cuando usted, si es el pastor, escucha cosas como “¡No se meta en mi vida!”, o “¡Eso no tiene nada que ver con la iglesia!”, o, incluso, “Mire pastor, yo entiendo lo que la Biblia dice... pero así es el mundo de los negocios...  yo tengo que sobrevivir ‘ahí afuera’”.

La realidad, sin embargo, es que nosotros somos quienes somos, no cuando estamos en la iglesia o en medio de una campaña de avivamiento. Allí, bajo la presión del ambiente, es fácil ser creyente. Nosotros somos quienes realmente somos, “debajo de la alfombra”... cuando sabemos que estamos solos y que nadie nos ve.

Es importante ser íntegros, limpios y honestos no solamente “arriba”, sino también “debajo” del manto de la privacidad personal.  

Si, entonces, le decimos a Dios (como José le dijo a su amada Rocío) “Tu eres mi Dios, Tu eres mi Rey... te amo y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por Ti...” es vital que a la hora de tomar nuestras decisiones las tomemos a la luz de los principios de vida bajo los que Él espera que vivamos... ¡aunque llueva!

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