Lo que no puedes olvidar

Era el primer día de la semana de ayuno y oración. Llegó la hora de recoger a los niños en la escuela y al encender el carro… ¡tra-ca-ta-ca-ta-ca! (Un ruido que jamás había escuchado y esta es la mejor onomatopeya que se me ocurrió.) ¿Y ahora qué hago? Apenas me quedan 10 minutos para llegar a la escuela.

El enemigo no pierde tiempo, siempre está buscando la manera de desenfocarnos de aquello a lo que Dios nos está llamando. “Padre, dame paciencia y sabiduría, yo sé que tú estás en control”. Esa fue mi oración rápida mientras marcaba los números telefónicos para coordinar qué hacer con los niños, y luego con el carro. Gracias a Dios por amigas a quienes podemos llamar y que son como las tijeras, nos desenredan en los nudos de la vida.

En la ciudad donde yo vivo es más importante un auto que un par de zapatos. Prácticamente no puedes hacer nada si no tienes auto porque el sistema de transporte público… bueno, mejor no hablamos de ese tema. ¿Acaso no lo sabe Dios? ¿Y cuánto podrá costar el arreglo? ¿Demorará? Esas preguntas también pasan por mi mente. Pero igual, Dios ya tiene la respuesta. ¿De qué vale preocuparme si Él ya está en el futuro?

¿Y acaso no siempre es así en la vida? Decidimos apartar tiempo para Dios, buscar su rostro, y como eso es lo que más detesta el enemigo de mi alma y tu alma, buscará la manera de torcer las cosas y desviarnos para que nuestro propósito se desvirtúe. ¡Ah! Pero Dios endereza lo torcido. Solo tenemos que estar quietos y recordar que Él es Dios.

¿Y por qué te cuento todo esto? Pues por lo que dije antes, para que estemos alertas y recordemos que cada vez que nos dispongamos a buscar más de Dios, el enemigo lanzará sus flechas, no lo podemos olvidar. Estemos firmes, resistámoslo… ¡y él huirá! Y también porque de eso se trata la vida, y para eso estamos aquí también, para compartir nuestras luchas, para ser mujeres reales.

 

 

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