Lo que un tornado me hizo pensar

Miraba las fotos de la devastación y el corazón se me encogía. 

Un niño con la mayor expresión de tristeza que he visto en mucho tiempo sujetaba un muñeco de peluche rescatado de los escombros.

Dos mujeres se abrazaban, y aunque por ser una foto no había audio, casi podía escuchar los sollozos. 

Un papá caminando con sus hijos y una bolsa plástica con lo poco que pudieron recuperar.

Fotos de niños que fallecieron.

Eran imágenes visuales de un desastre que dejará para siempre marcadas las vidas de las familias de un pequeño poblado en Oklahoma.

Y entonces pensé: si yo que soy humana, con imperfecciones, bajo los efectos del pecado, sufro al ver estas fotos y mi corazón se duele así, ¿cuánto más el corazón de nuestro Dios, quien creó este universo?

No hay respuestas fáciles para las preguntas hechas en medio del dolor, de la pérdida, pero el Espíritu Santo susurró bajito esa verdad a mi corazón. Dios no está ajeno al dolor del mundo, Él se duele también. Todo el sufrimiento de este mundo es una consecuencia de la separación del plan original. 

Pero aun así Dios no nos da la espalda, no se encoge de hombros. Él nos ama con amor infinito y en medio de todo el dolor, Su mano está allí. Algunos deciden verla, otros no. Como al principio, Él nos deja decidir.

Las tormentas de la vida nos hacen mejores o nos amargan, dijo Ann Voskamp. Y es una gran realidad. El tornado de Oklahoma solo pone un clamor en mi corazón: ¡Ven, Señor, Jesús! Los desastres naturales solo me recuerdan que este mundo necesita redención, que Dios está llamando la atención de todos porque el tiempo se está acortando.

También me hizo pensar en que no importa cuán lejos esté la tormenta, tengo el deber de orar, de unirme a los que sufren y de aliviar su dolor según tenga posibilidades de hacerlo.

Sí, Jesús lo sabía, y por eso les advirtió a los discípulos. La aflicción sería parte de nuestro “paquete” aquí en la tierra. Pero Él venció y un día disfrutaremos por completo esa victoria del otro lado, en la eternidad.

La promesa de Dios es hacer que todas las cosas obren para el bien de los que le aman. No todas serán cosas buenas, este es un mundo caído (y necesitamos de las pruebas para crecer y para despojarnos de nuestra supuesta suficiencia humana), pero sí todas cooperan para bien, como dice otra versión.

Amiga lectora, ya sea que en tu horizonte haya una tormenta o no, no dudes por un segundo: Dios te ama. Fe es creerle a Dios, confiar en que independientemente de lo que suceda a mi alrededor, seguiré creyendo en Su bondad y en Sus promesas. ¿Lo haremos? 

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