Continuamente conocemos a personas aburridas –aun cristianos aburridos. Podrán parecer ocupados, pero sus días están colmados de las tareas diarias y de las rutinas de la vida.
Cuando recién nos convertimos a Cristo, nos encanta pensar en las promesas de Dios; nos entusiasma la respuesta que recibimos a la oración. Las biografías y los libros de grandes hombres y mujeres de Dios nos desafían a vivir por fe.
Pero con el correr del tiempo, las arterias espirituales se endurecen y nos volvemos cínicos. Perdemos el gozo y la emoción de la vida cristiana. Oímos que ha sucedido algo maravilloso y todo lo que se nos ocurre decir es: "¡Qué bien!" Nos volvemos indiferentes a la obra de Dios en el mundo.
El Señor Jesucristo nos desafía a que abandonemos nuestro conformismo y nos dice: "A través de mi Espíritu que mora en ustedes, podrán hacer cosas aún más grandes que las que yo mismo he hecho" (Juan 14:12).
Él no espera que nos sentemos cómodamente todo el día y sólo soñemos sobre lo que podría suceder para su gloria. Él quiere que hagamos grandes planes para que los grandes sueños se vuelvan realidad.
Alguien ha dicho: "Creemos que el Señor puede hacer todo, pero esperamos que haga nada”. A menudo, varios años después de que una persona entrega su vida a Cristo, duda de Dios en vez de continuar confiando en Él para cosas más grandes.
Para que Dios vuelva a usarnos, debemos confesar esta incredulidad, diciendo: "Señor Jesús, renueva mi visión de tu poder. Renueva mi confianza en lo que puedes hacer. Renueva mi fe en tus recursos, que son divinos". Cuando lo hayamos hecho, soñemos y planeemos otra vez.
Guillermo Carey se enfrentó con el aburrimiento y las dudas cuando propuso enviar misioneros para evangelizar al mundo. Sus mayores le advirtieron que debía abandonar sus ideas presumidas. Pero al explicar sus sueños y sus planes, Carey escribió: "Esperen grandes cosas de Dios; intenten grandes cosas para Dios". Esa declaración llegó a ser el credo del movimiento misionero moderno, con hombres y mujeres que siguieron el ejemplo de Carey y llegaron a los confines de la tierra con el mensaje del evangelio de Cristo.
Dios puso una carga en mi corazón: predicar el evangelio y ganar para Él a tanta gente como sea posible. Primero fue la ciudad en donde vivía cuando muchacho, después toda la provincia; luego la Argentina entera y más tarde toda América Latina. Hoy, por la gracia de Dios, nuestro equipo quiere que todo el mundo escuche la voz de Dios.
Con ese sueño en el corazón, nuestro Equipo hace planes para alcanzar a las multitudes a través de campañas de evangelización en distintos lugares. Y por la gracia de Dios, estamos viendo cómo algunos de nuestros sueños se hacen realidad.
¿Y qué de usted? ¿Está esperando grandes cosas de Dios? ¿O acaso está dejando pasar oportunidades? Si es verdad que el Señor desea que se predique el evangelio en todas las naciones (y es verdad), entonces usted no puede permanecer pasivo.
Sueñe por un momento. Trate de visualizar a las 5.000 millones de personas en el mundo y los miles de millones que no han escuchado el evangelio en esta generación. ¿Qué va a hacer?
Trate de determinar cómo Dios podría usarlo para compartir su fe en Cristo en el trabajo, en la escuela, en el vecindario –y aún más allá. Comience haciendo planes concretos. Y hoy mismo intente grandes cosas para Dios.