Los que parten

“Estimada es a los ojos de Dios la muerte de sus santos”, Salmos 116:15

Cuánto dolor envuelve la partida de un ser querido, más aun cuando éste ha sido tu hermano en la fe, tu amigo y tu compañero de milicia por el evangelio de Cristo.

Nos llenamos de dolor y nos resistimos ante la separación física o ante la pérdida, que no es perdida tal, sino más bien ganancia, porque para los que aman a Dios el vivir es Cristo y el morir es ganancia.

Nos reconforta que nuestros hermanos que se nos han adelantado al encuentro con Cristo, están en los brazos amorosos de su Padre, donde ya no hay sufrimiento, ni dolor. Donde sus aflicciones físicas no serán recordadas jamás, donde solo habrá gozo y adoración ante el cumplimiento de la promesa de morar con Cristo por siempre.

Recordamos los momentos compartidos junto a nuestros hermanos y agradecemos el privilegio de haber estado cerca de ellos. Recordamos sus palabras de aliento cuando nos consolaron y también recordamos aquellos momentos en que fuimos nosotras las que los consolamos.

No nos queda más que dar gracias a Dios por la obra redentora de Dios en sus vidas; darle gracias porque, cual mariposa, fueron transformados y brillaron para Dios; darle gracias por sus testimonios, por su perseverancia, porque no fueron vencidos por el mundo y sus deleites y pudieron permanecer fieles a Cristo. 

Damos muchas gracias a Dios por el trabajo de estos hermanos en la obra de Cristo y por su devoción, aun mas allá de las fuerzas físicas. Damos muchas gracias a Dios porque un día estaremos con ellos, adorando juntos a nuestro Dios por toda la eternidad.

Amadas, todas hemos pasado por momentos como estos y ciertamente son difíciles. Pero Dios, quien es el autor y consumador de la vida, tiene nuestros días contados y, por lo tanto, sabemos que no hay muerte a destiempo. La muerte de los santos es estimada a los ojos de Dios y sabemos que no estamos solas en nuestro dolor, el Espíritu Santo nos consuela, nos guarda y nos levanta en medio de la  tribulación.

Oración: Padre, danos un corazón agradecido en medio de la pérdida física de nuestros seres queridos. Danos un corazón cálido para consolar a los que sufren y danos un corazón esforzado para estar apercibidas y preparadas para ese día que seremos llamadas a tu presencia. En el nombre de Cristo, amén.

Por Belinda Castellanos

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