Manipulando el tiempo de Dios

Pasaje: 1 Samuel 24

Versículo Clave: “Juzgue Jehová entre tú y yo, y véngueme de ti Jehová; pero mi mano no será contra ti” (v.12).

David y sus hombres estaban escondidos cuando escucharon las pisadas de un hombre entrar en la cueva. Sobresaltado, se movió rápidamente en la tierra, cuidadoso de no hacer algún ruido que pudiese delatar su presencia. Estiró su cuello para ver hacia dónde se pronunciaba el sonido. Su corazón saltó un latido. Era él, el hombre a quien admiraba y amaba, y aun así, su enemigo. El mismo que envió a David a correr para salvar su vida en el desierto, ese mismo hombre estaba entrando en su escondite.

No pasó mucho tiempo sin que David se diera cuenta de que Saúl no había entrado en la cueva para capturarle.  Él simplemente estaba buscando un lugar privado para hacer sus necesidades. David estaba armado y tenía un grupo de hombres que le apoyaban y que no deseaban nada más que vindicar a su líder. Saúl no estaba preparado y no sospechaba de nada. David tenía la oportunidad perfecta para buscar la venganza por los años de los que fue despojado, ya que, como el rey escogido de Dios, tuvo que correr para salvar su vida y vivir como un criminal en el desierto de En-gadi.

“¡Ahora es tu oportunidad!”, le susurraban los hombres de David. “He aquí el día del que te dijo Jehová: He aquí que entrego a tu enemigo en tu mano, y harás con él como te pareciere” (v.4).

Mi imaginación vívida no aguanta al contemplar este dilema: “Puedo acabar con su vida y tomar la corona que es en toda justicia mía. Puedo vivir una vida normal nuevamente. Puedo finalmente reclamar el trono… O le puedo dejar ir”.

Usted conoce la historia. David corta la orilla del manto de Saúl… y perdona su vida. Luego, él hasta se arrepiente de haber tocado el manto del Rey:

“Después de esto se turbó el corazón de David, porque había cortado la orilla del manto de Saúl. Y dijo a sus hombres: Jehová me guarde de hacer tal cosa contra mi señor, el ungido de Jehová, que yo extienda mi mano contra él; porque es el ungido de Jehová” (v.5-6).

Su comportamiento justo me sorprende.

Él ha podido acortar su viaje hacia la corona. Pero temió a Dios lo suficiente para saber que un mal no justifica otro. Él escogió el camino largo. Y a pesar de que las voces alrededor le decían que Dios le estaba dando la oportunidad de venganza y libertad AHORA, David sabía lo que era mejor. En su espíritu, él creyó la promesa de Dios y no iba a tomar un atajo y comprometerse. A pesar de que no cabe la duda de que estaba cansado de esconderse y esperar, el escogido de Dios no iba a tomar el camino más fácil y manipular el tiempo de Dios.

Mientras pienso en este momento crítico en la historia del Rey David, no puedo dejar de contemplar qué tentador es manipular nuestras circunstancias para satisfacer los deseos de nuestros corazones. ¿No hemos caído todos en esta trampa de alguna manera u otra?  Ciertamente, cada vez que enfrentamos pruebas retadoras y desiertos áridos al esperar que las promesas de Dios se cumplan, se nos hace muy fácil manipular nuestras circunstancias para acortar la tormenta… y traer el alivio más anticipado para nuestros momentos de pruebas.

Parece injusto, ¿cierto? Es como que si los hijos de Dios están siempre en Su lista de quienes deben esperar para recibir.

Vemos cómo a la gente que no les importa nada acerca de Dios prosperan en todo lo que hacen… y nosotros, los hijos de Dios, pareciera que tuviésemos que escondernos en la cueva por más tiempo… o ser perseguidos un poco más.

En el proceso de esperar por liberación y paz, el mundo desfila palabras de consuelo para nuestros corazones cansados y partidos…

… relaciones fáciles que pueden terminar con nuestra soledad rápidamente…

… procedimientos de divorcios que duran tan sólo treinta días y que pueden fácilmente darnos una salida en un matrimonio difícil…

… tarjetas de crédito sin interés que nos permiten comprar lo que queramos ahora…

… drogas y alcohol que alivian nuestro dolor… aunque sea por un día…

No obstante, la voz de Dios hacia sus hijos es la misma hoy que hace más de tres mil años en esa cueva:

“¿Quieres mi bendición completa? Entonces debes entregarte por completo a Mí. Confía en Mí y permanece en la cueva oscura por un poco más, esperando por el momento oportuno… y Mi liberación perfecta”.

La razón principal por la que manipulamos nuestras circunstancias y a veces hasta tratamos de manipular a Dios al torcer lo que Su Palabra dice, es porque no entendemos el plan que Él tiene. A diferencia de David, fallamos al reconocer que hay una razón por la cual debemos esperar. No vemos la mano de Dios en la cueva… mientras que Él nos protege y cambia nuestros corazones para prepararnos para la tarea y los regalos que Él tiene para nosotros.

David necesitaba de esos años de persecución para alcanzar su potencial pleno como el Rey ungido de Dios. Él debió depender de Dios cada día para lograr conquistar sus temores… su insuficiencia. Mientras él esperó y dependió de Yahveh (el Dios del pacto) para protección, dirección y paz, se convirtió en el “hombre conforme al corazón de Dios” que el Padre añoraba ver por tanto tiempo. Si no hubiese sido por la cueva, él no hubiese obtenido ese título. Si él no hubiese esperado… confiado… y esperado un poco más, él no hubiese heredado la promesa de Dios (y unción) en el momento indicado.

¿Está usted en la cueva, escondiéndose y esperando que Dios le libre? No ceda ante la tentación de acortar su estadía, desperdiciando así lo mejor que Dios tiene preparado para usted. Aguante la espada. Respire profundamente y afirme su confianza en su Creador.

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