Marcadas por la gratitud

“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” Lucas 17:11-19

Escuché sus oraciones anoche y una ola de convicción sopló en mi corazón.

Tiene ocho años.

Ocho años y llena de fe no contaminada y de gratitud, ajenas a las oraciones recientes de esta ocupada mamá. Antes de pensar en su lista de peticiones para esa noche (que las chicas de su escuela conozcan a Jesús, sanidad para el dolor siempre presente de su pie, que no tenga miedo y que toda la casa duerma bien), se detuvo y en voz alta proclamó quién es Dios.

Le dio gracias por ser el Dios verdadero.

Le dio gracias por ser santo.

Le dio gracias por Su gran poder que controla todo.

Le dio gracias porque no hay nadie como Él.

Le dio gracias por ser el Rey del mundo.

Le dio gracias por vencer a la muerte.

Le dio gracias por ser el Salvador de su alma.

Sus palabras fueron concisas y al punto, pero lo que le faltó en elocuencia le sobró en pasión y sinceridad al hablar.

Ella todavía tiene mucho que aprender, pero esta chica sabe que no es nada sin Jesús. Ella confía en quién es Su Dios y su corazón fluye con gratitud por lo que Él ha hecho por ella.

Suspiro. Yo tengo 42 y mucho que aprender.

Cuando estoy sin prisas, ella me ha oído proclamar estas verdades en nuestro tiempo de oración juntas. Pero en esta rutina de cada día las primeras palabras que salen a menudo de mis labios en mis conversaciones con Dios no son de gratitud. Tengo una lista de peticiones larguísima, una agenda urgente que llevar a cabo, un montón de necesidades personales y familiares que atender y muchas veces me encuentro pidiéndole a Dios en lugar de alabándole. Palabras como “Ayúdame, Padre…” y “Señor, podrías…” triunfan sobre mis palabras de gratitud y alabanza.

Pero Dios, anhelo ser como ese uno.

Como aquel único leproso de los diez que regresó para reconocer quién es Jesús, anhelo ser aquel que es humilde a Tus pies, alabándote en voz alta por darme nueva vida. Quiero ser tan transformada por Tu santidad y Tu gracia increíble de manera que mi corazón se suavice y se vuelva menos arraigado a este mundo y más proclive a tener una más profunda relación contigo. Oro por un corazón sincero lleno de gratitud, uno que recuerda cuánto me ha sido perdonado y me motive de tal manera que mi primera inclinación sea dejar la multitud para estar contigo. Dios, quiero más de lo que me toca; quiero que recibas todo el honor, la alabanza y la gloria que merece Tu nombre, Quiero que el mundo me vea a Tus pies de manera que más y más puedan conocer personalmente al que rindió Su vida para hacer milagros – no solo en la vida de los diez leprosos, sino también en los quebrantados corazones humanos.

Porque conozco muy bien este perdón, Padre, ayúdame a que mi vida esté marcada por la gratitud a Ti.

“Nunca olvides que eres perdonada. Abraza esta verdad, deja que penetre en el interior de tu corazón y que esa verdad te transforme de dentro hacia afuera. Y entonces, compártela. Sé agradecida por lo que Dios ha hecho por ti y haz lo mismo por otros – Angela Perritt

Por Whitney D.

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